- El asesinato de Orlando Letelier |
El expediente número 0881118 reunía toda la información. Cada paso que daba, cada movimiento que hacía, estaba documentado. Todo era detallado con suma rigurosidad, desde su pasado hasta sus rutinas y su perfil psicológico. A donde fuera Orlando Letelier, por más intrascendente que pareciera, un agente seguía sus huellas. Así había sido desde que salió exiliado de Chile tras salvar su vida de la dictadura de Pinochet. Por eso, seguramente, el 10 de septiembre de 1976, también lo siguieron cuando, luego de que el dictador firmara un decreto retirándole su nacionalidad chilena, Letelier juntó a más de 5000 personas en Nueva York para responder: «Yo soy chileno, nací chileno y moriré chileno. Ellos, los fascistas, nacieron traidores, viven como traidores y serán recordados siempre como fascistas traidores”.
Años atrás, durante el golpe del 73, Letelier era detenido mientras ingresaba a su oficina en el Ministerio de Defensa. Secuestrado por las fuerzas armadas, el hombre de Allende fue trasladado por seis centros de detención donde, además, sufrió duras torturas. Gracias a la presión internacional, al año siguiente logró salir del país y, tras un paso por Venezuela, en 1975 pisó suelo estadounidense. Allí, como exiliado político, comenzó una intensa labor denunciando a la dictadura en Chile. En ese entonces, mientras el Plan Cóndor se expandía por América Latina, sus redes empezaban a tejerse sobre él.
El 26 de agosto de 1976, publicaba un ensayo donde denunciaba las medidas establecidas por Pinochet y cómo estas iban en detrimento del pueblo chileno. Subrayando los peligros que el neoliberalismo estaba sembrando en el sur del continente, Letelier hacía hincapié en que este proyecto solo podía sostenerse mediante fuertes represiones, terror y un férreo control social. Para ese entonces, un agente ya iba detrás de los pasos de ese intrépido y atrevido socialista que osaba denunciar los atropellos a los derechos humanos. Su nombre era Michael Townley, miembro de la DINA y agente de la CIA.
La noche del 19 de septiembre, Townley ingresó al jardín de la casa de Letelier y colocó una bomba debajo de su coche. Un explosivo cuidadosamente diseñado para que no hubiera margen de error. Dos días más tarde, cerca de las 9:00, Letelier saludó a su esposa y salió de la casa. Afuera, en su Chevrolet, lo esperaban su ayudante Ronni Moffitt y su esposo. Cuando el coche partió, otro auto comenzó a seguirlos. A unas cuadras, el conductor que iba detrás los vio doblar y, a los pocos metros, oprimió el transmisor. Acto seguido, una brutal explosión sacudía el centro de la capital. Allí, en pleno asfalto, el cuerpo de Letelier yacía completamente despedazado. Los medios se apurarían a dar la primicia, pero aún faltaba mucho tiempo para que comenzaran a contar la verdad.