LOS AÑOS EN QUE UNO VIVÍA A DONDE TERMINA LA VIDA

  • La segunda desaparición de Jorge Julio López |

Llevaba años tomando notas. Años escarbando entre sus recuerdos, luchando contra un olvido muchas veces imposible, asfixiante, y plasmando los retratos del infierno en sus cuadernos.  Fragmentos que no debía olvidar, historias que solo de ese modo podrían alguna vez salir a la luz. Cuando consiguió su libertad, luego de sobrevivir a cuatro centros clandestinos, Julio volvió a trabajar, volvió a su vida de albañil. Pero ya nada sería igual: ahora, comenzaría a identificar personas y lugares, a tejer la memoria y a compaginar imágenes. Día a día, semana a semana, Jorge Julio López fue reconstruyendo «el archivo negro de los años en que uno vivía a donde termina la vida y empieza la muerte».

Una madrugada de diciembre de 1976, cerca de las 3:00, López y su compañero Julio Mayor vieron entrar a un militar a su celda. Sabían, como sabía cualquiera allí dentro, que cuando hablaban de trasladado no referían a un simple cambio de locación. Mayor, convencido de que era el fin, le dijo a López: «Cagamos, viejo, en el cielo nos vemos». Durante aquellos días, Jorge guardaba en la retina todo lo que podía, hurgando entre los agujeros del abrigo con el que le tapaban la cabeza, agudizando sus sentidos o buscando entre las cerraduras de las puertas. Así, pudo reconocer caras, voces, sonidos y olores específicos que identificaban lugares. Cientos de historias que guardaría en casi cien páginas.

Con la democracia llegaron las leyes de impunidad. Sin embargo, una vez más, Julio se negó a olvidar. En el año 2006, con 77 años, finalmente, lo iban a escuchar. Se sentaría ante la corte; había llegado el momento de ser parte de lo más valioso e imprescindible que tiene la historia del pueblo: la lucha por la ética y la justicia. En la causa contra Etchecolatz, respondió a todas las preguntas, describió los lugares donde estuvo y a las personas que vio. Seguramente, no se olvidó de nada ni de nadie. Llevaba años preparándose. A pesar del temor de su familia, Jorge Julio López le puso luz a una historia que pretendía ser apagada.

El 18 de septiembre de 2006 fue la última vez que se lo vio. El expediente dice que fue secuestrado entre las 00.00 y las 7.00 horas, y un vecino dijo haberlo visto parado en la calle. Del resto, no se sabe nada. Ese mismo día, el genocida Etchecolatz fue condenado a cadena perpetua. En los días claves, la causa fue catalogada como desaparición simple y la investigación fue destinada a la Policía bonaerense: la misma fuerza que el genocida había comandado. Luego vendrían irregularidades, falsos testimonios y las pistas reales fueron dejadas de lado. Gracias a López, conocemos muchas historias que los militares callaban celosamente; otras, se las llevarán a la tumba con la complicidad de los poderes. Pero aún falta. Las últimas páginas de su cuaderno, por ahora, siguen en blanco.