EL FIN DE UNA DINASTÍA

  • El ajusticiamiento de Anastasio Somoza |

El taxista aguarda con el auto en marcha. La mujer cierra la puerta, lo mira, pero no le da ninguna dirección. Solo le dice que la lleve a «una peluquería que queda a dos cuadras de donde vive el general Somoza». El hombre reflexiona un momento y arranca. A las pocas cuadras, se detiene frente a una comisaría y le pregunta a un policía si sabe dónde vive el exdictador. El oficial no duda y responde: en la calle Generalísimo Franco. Al llegar a destino, la mujer agradece, paga y se baja. Había resuelto un inconveniente con el que se enfrentaban desde hacía varias semanas. Ahora, el grupo integrado por cerca de diez hombres y mujeres podría dar paso a la siguiente fase de lo que habían denominado Operativo Reptil.

Días después, una persona camina hacia la esquina de las calles Generalísimo Franco y Santísimo Sacramento y se acerca a un kiosko. Le comenta al dueño que está interesado en participar del negocio, que llegó a Paraguay hace poco y que está por casarse. Además, cuenta con $3000 para invertir. El kioskero acepta el trato, y acuerdan que el nuevo socio será quien atienda el puesto. Un paso más en el plan, todo marchaba según lo previsto. Desde allí, tal y como lo habían pensado, pasarían los días observando los movimientos de Somoza, las entradas y salidas, los horarios y las personas que frecuentaban la mansión. En poco tiempo, la rutina del exdictador ya estaba cronometrada.

Para ese entonces, el grupo formado por miembros del ERP y sandinistas ya habían alquilado una casa en la misma cuadra de Somoza. Días atrás, se habían presentado en una inmobiliaria diciendo ser representantes de Julio Iglesias y que buscaban alojamiento para filmar una película en Paraguay. Eso sí, solicitaron total discreción. Ni una palabra a nadie. El trato se cerró fácilmente, y la dueña de la inmobiliaria solo pidió de regalo una foto autografiada del cantante. Con todo listo, solo restaba aguardar. Finalmente, la mañana del 17 de septiembre de 1980, llegó el día esperado.

Somoza tomaba siempre el mismo camino. Por eso, a las 10:35, uno de los guerrilleros disfrazado de canillita dio la orden por walkie-talkie: «Blanco, blanco». El resto ocurriría en pocos segundos. El Mercedes Benz blindado salió de la mansión rumbo al banco cuando, de golpe, una camioneta se cruzó en el camino. Irurzún apretó el gatillo del lanzacohetes, pero el proyectil no salió. En ese entonces, Gorriarán Merlo comenzó a disparar con un fusil hasta vaciar el cargador. En un intercambio de tiros con la seguridad, el hombre del ERP avanzó hacia Somoza sin dejar de tirar. De un momento al otro, el lanzacohetes funcionó y el blindado voló por los aires. Ya nadie volvió a disparar. El último miembro de la dinastía era historia. Lo había ajusticiado parte del mismo pueblo al que, durante décadas, había soñado exterminar.