LO QUE ESCRIBÍAN ESOS LÁPICES

  • La Noche de los Lápices |

Alguien avisó a Gustavo Calotti que lo llamaba el comisario Ordinas. Hacía casi un año que trabajaba de cadete en la tesorería y, probablemente, imaginó que lo buscaba para un encargo. Eran cerca de las 17 horas cuando golpeó la puerta de la oficina y fue invitado a entrar. Allí, una persona que se presentó como Luis Vides, lejos de toda cortesía, comenzó a interrogarlo violentamente, preguntándole para quién trabajaba y si «andaba en algo». Dos horas después, sin entender demasiado, el joven de 17 años era secuestrado y trasladado. Lo próximo que vería sería a una persona ordenándole que se desvistiera, mientras otra persona le ataba tobillos y muñecas a un catre.

Ocho días más tarde, la dictadura preparaba una fiesta. Era el 16 de septiembre de 1976 y el almirante Rojas tenía programada una cita en el Luna Park para celebrar el aniversario del golpe contra Perón. Pero no era lo único en agenda para ese día. Horas atrás, para las 00:30, un camión del ejército se estacionó frente a una casa. Acto seguido, siete hombres armados ingresaron y detuvieron a dos chicas de 16 y 18 años: María Claudia y María Clara. Cuando Rosa, la tía de Claudia, fue a ver qué ocurría, los militares la empujaron hacia el cuarto y la encerraron. Desde allí, una vez que el silenció volvió a reinar en la casa, Rosa vería cómo las dos jóvenes eran subidas al camión.

Dos horas más tarde, un grupo encapuchado irrumpía en otro domicilio: «¡Ejército Argentino, entreguen las armas!». Pero no había arma alguna. Aún así, por «razones de seguridad», se llevaron a Claudio, de 17 años. A las 4:40, una historia similar. Ocho militares entraron en la casa de la familia Úngaro y, mientras mantenían encerrada a su madre, Horacio, de 17 años, fue obligado a responder a un interrogatorio junto a su amigo Daniel. Minutos después, un oficial se retiró avisando que más tarde los devolverían. A las 5, luego de romper la puerta de entrada, seis hombres secuestraron a Francisco, de 16 años, por tener una pistola de aire comprimido y un rifle del mismo tipo, pero partido al medio.

Después del festejo en el Luna Park, dos chicas de 17 años fueron secuestradas: Patricia y Emilce. El 21 de ese mes, fue el turno de Pablo. Eran 10 estudiantes secundarios y militantes de la UES y la Juventud Guevarista. Diez nombres marcados en rojo en alguna libreta de algún militar. El relato dirá que todo fue por participar de la lucha por un boleto estudiantil, pero la realidad era muy distinta. Para la dictadura, formaban parte del «peligro de la subversión en las escuelas». Tras una semana de torturas, cuatro fueron «blanqueados»; el resto aún forma parte de la larga lista de personas desaparecidas. Lo que no lograron borrar, pese al ensañamiento, fueron sus trazos. Las marcas indelebles de la lucha y el sueño vivo de una generación. Las ideas, la solidaridad. Lo que escribían esos lápices.