LA HISTORIA ES NUESTRA

  • Golpe de 1973 en Chile |

“Misión cumplida. Moneda tomada, presidente muerto”, decía el breve pero contundente informe que las fuerzas golpistas de Chile entregaron al general Augusto Pinochet. Era el 11 de septiembre de 1973 y la Armada, la Fuerza Aérea, los Carabineros y el Ejército acababan de bombardear su propio país, a su propio pueblo, para sacar del poder al presidente que había sido elegido democráticamente. Al igual que hicieron los militares argentinos en 1955, las fuerzas armadas chilenas no dudaron un segundo en atacar la casa de Gobierno y atropellar la elección popular. Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido tantas veces en la Argentina, Salvador Allende no abandonó el país dejando a la población a su merced. Contrariamente, estaba dispuesto a cumplir con lo que había prometido: «Pagaré con mi vida la lealtad al pueblo».

Tiempo atrás, en 1970, Allende ganaba las elecciones pese al apoyo económico de la CIA al candidato liberal, la compra de votos y el asesinato del jefe del Ejército ordenado por los Estados Unidos. Comenzaba en Chile un proceso revolucionario de cambios político-económicos y Allende avisaba que «no dudaría un momento en renunciar si los trabajadores, los campesinos, los técnicos y profesionales de Chile» se lo demandaran o sugirieran. Pero esto no ocurrió. Sin embargo, el rumbo socialista que el país había elegido no sería tolerado por los sectores históricamente liberales y golpistas y, en el marco de lo que sería el Plan Cóndor, el país comenzaba a vivir los tiempos más oscuros y violentos de su historia reciente.

Con la complicidad de los medios opositores, se puso en marcha un plan de desestabilización que se sostendría hasta el final. Cada medida tomada por el Gobierno en beneficio del pueblo era presentada como una amenaza para el futuro del país. Poco a poco, gracias al trabajo coordinado con Estados Unidos, el clima de violencia se intensificó y las presiones a Allende fueron en aumento. Tras sobrevivir al intento de golpe del Tanquetazo, todo parecía preparado para lo peor. La madrugada del 11 de septiembre, mientras los barcos de la Armada estadounidense patrullaban cerca de la costa, las fuerzas acuarteladas en Valparaíso tomaron la ciudad. Con los golpistas en las calles, a las 7:20, Allende subió a su auto y se dirigió a La Moneda.

Al mediodía, la primera bomba atravesaba el cielo de Santiago. Dentro del palacio de Gobierno, refugiado y sin entregarse, Allende se defendía con una ametralladora resistiendo el golpe. Cerca de las 10:15, con los militares rodeando La Moneda, utilizó la única radio no censurada para hablar por última vez a la población. Al tiempo de estar combatiendo y ante la obvia desigualdad, pidió a quienes lo acompañaban que dejaran del lugar, que él iría atrás. Todos salieron, uno a uno, menos él. Jamás se rindió, no pudo, no lo habían elegido para vender o entregar al país. Como dijo en su último comunicado, «La historia es nuestra y la hacen los pueblos».