SOL AL HOMBRO

  • El Malón de la Paz

Los primeros grupos comenzaron la larga travesía. Las elecciones ya habían terminado y el candidato que había recorrido sus tierras prometiendo expropiaciones había resultado electo. En poco tiempo, Juan Domingo Perón asumiría la presidencia de la nación y las distintas comunidades originarias aguardaban ilusionadas que, de una vez por todas, se hiciera justicia con las tierras usurpadas. En aquellas zonas reinaba Robustiano Patrón Costas, latifundista conservador y dueño de un ingenio de más de un millón de hectáreas. Por eso, a pocos días de la asunción del nuevo mandatario, familias enteras partían a pie desde distintos puntos de Salta y Jujuy para dirigirse hacia Buenos Aires. Iban con la esperanza de que, a contramano de la historia, esta vez, sus palabras fueran escuchadas.

El 15 de mayo de 1946, el «Malón de la paz» daba comienzo a un viaje de aproximadamente 2000 km en el que se iría deteniendo en distintas provincias para ser recibido por miles de personas que apoyaban sus demandas y luchas por la reforma agraria. Durante el recorrido, el grupo se mostró unido y respetuoso con las tradiciones locales y nacionales, aceptando marchar con el ejército -pese a tantas represiones y genocidios- o visitando iglesias. Así, luego de casi tres meses, el 3 de agosto pisaban la capital del país. En la Plaza de Mayo recibirían un homenaje y dos kollas serían invitados por Perón para ingresar en la Casa Rosada y saludar desde el balcón. La prensa oficialista haría eco de los sucesos a la vista históricos, señalando a Patrón Costas como la cara opuesta.

Luego de que todo el contingente fuera recibido, llegaría el primer indicio de que las cosas no irían como parecían: una vez terminada la reunión, el grupo fue enviado a pasar la noche al Hotel de los Inmigrantes. Un claro símbolo de lo que el Estado entendía de la situación. Así, pasaron 25 días en los que el Gobierno comenzó a pensar que, si se les aceptaba el pedido, se sentaría un peligroso precedente que generaría conflictos con los propietarios de las tierras a lo largo y ancho de país. Había que elegir de qué lado pararse, y las prioridades estaban establecidas.

La madrugada del 29 de agosto, la pantomima llegaba a su fin. A tres semanas de su recibimiento, la Prefectura Naval se hacía presente en el hotel con la intención de sacar a las familias, subirlas a un tren de ganado y mandarlas de vuelta al norte. Ante la resistencia, la policía federal entró en escena y, entre gases y represión, comenzó a recorrer habitación por habitación secuestrando gente y sacándola a los golpes. Ante el escándalo, Perón prometió investigar, pero el tiempo se llevó sus palabras. No muchos días después, cuando el tren llegó al norte, los dueños de las tierras aguardaban con un mensaje: «Indios de mierda ahora van a ver lo que les espera».