
La insurrección indígena llevaba meses de planificación. Más de 150 mil combatientes se desplegaban por toda la región y aguardaban órdenes. El 13 de marzo de 1781, un campamento se levantaba en armas en El Alto y cortaba los accesos a La Paz. Era el comienzo de la lucha de liberación en un punto que sabían clave. En uno de los frentes se encontraba Julián Apaza, más conocido por el nombre que había adoptado: Túpac Katari; en el otro, su compañera, Bartolina Sisa. Bajo la proclama de pasar por cuchillo a todo español o persona que se encontrara de su lado, se daba inicio a un combate histórico. Poco tiempo después, la ciudad empezaba a sentir la escasez de agua y alimentos. Vendría por delante una guerra de más de cien días.
El asombro de los españoles no sería poco cuando se comenzó a correr la voz de que una mujer comandaba a 80 mil personas. Para sorpresa de muchos, cada vez eran más quienes aseguraban haberla visto cabalgando y dando órdenes a un ejército que la seguía. Decían que cargaba un fusil, no se escondía nunca y siempre se la podía ver al frente. Los primeros días, Sisa y sus tropas lograron retrasar al enemigo haciendo que sufrieran bajas de gravedad. Contra todo pronóstico, el paso de las semanas fue marcando la misma tónica, lo que obligó a los españoles a mandar refuerzos.
Con la partida de Katari para combatir en otro territorio, Sebastián Segura -líder de los colonialistas- decidió lanzarse hacia Sisa. Así, un grupo de hombres armados fue envidado para capturarla y dar fin al levantamiento. Sin embargo, luego de ver a sus militares derrotados y humillados tras caer nuevamente frente a una mujer, Segura comprendió que, pese al apoyo europeo, nunca lograrían vencerlos. Con los españoles replegados y las tropas indígenas avanzando, Segura informó a la población que indultaría a toda persona que delatara el paradero de los líderes de la insurrección. En otras palabras, buscaban traidores.
El 2 de junio de 1781, Bartolina Sisa fue capturada. Durante los días siguientes, Segura y su gente harían lo posible para que hablara y les diera información sobre Katari. La torturaron y abusaron de ella durante días, pero no lograron sacarle una palabra. Meses después, traición mediante, Katari sería apresado y condenado a muerte. Tras ponerle fin a la lucha, Sisa seguiría los pasos de su compañero. El 5 de octubre de 1782, a sus 32 años, fue atada de los pies a un caballo, arrastrada y descuartizada. Su cabeza sería expuesta como trofeo junto a sus extremidades en los lugares donde combatió. Días atrás, cara a cara con las autoridades españolas que aún no comprendían como no pudieron vencer a una guerrillera en el campo de batalla, respondería a la pregunta de por qué se había rebelado al poder: lo hacía, según sus propias palabras, «para que, extinguida la cara blanca, solo reinasen los indios».