- El asesinato de Enrique Angelelli |
La primera noticia corrió de boca en boca hasta llegar a los medios. Dos sacerdotes católicos, Carlos de Dios Murias y Gabriel Longeville, habían sido asesinados en La Rioja. Unos días después, en la misma provincia, un campesino y militante católico, Wenceslao Pedernera, era fusilado delante de su familia. Estas dos historias tenían algo en común: las 3 personas en cuestión participaban de tareas sociales junto con el obispo Enrique Angelelli. Sabiendo que nada era casualidad en tiempos de militares e impunidad, Angelelli decidiría, contra las recomendaciones de sus allegados, trasladarse a la zona para investigar los hechos. Antes de partir, le diría a su gente: «Aquí estoy yo. Ahora me toca a mí».
Tan solo unos pocos días antes de comenzar su viaje, pese a saber que lo tenían marcado, el «obispo de los pobres» pidió tener una entrevista con Luciano Benjamín Menéndez. Su intención era dar la cara. Denunciar frente al genocida las brutales y sistemáticas violaciones a los derechos humanos que la dictadura estaba llevando a cabo sobre el pueblo. La reunión se realizó y, luego de escuchar al obispo, el represor se limitó a responder: “Yo no rezo el padrenuestro por los subversivos porque no los considero hijos de Dios”. En el momento de despedirse, le dirá que tenga cuidado, que ahora era su turno: «El que se tiene que cuidar es usted».
El 4 de agosto, Angelelli viajaba en una camioneta junto al cura Arturo Pinto por Punta de los Llanos, La Rioja. Venía de una misa dedicada a los dos sacerdotes asesinados y llevaba consigo todo el material que había recolectado en los últimos días. Contaba con archivos y testimonios que servirían de evidencia, entre los cuales había información que marcaba al jefe de la Base Aérea de Chamical, Luis Estrella, como uno de los responsables. En ese momento, una camioneta los encerraría, lo que causó que el vehículo perdiera el control y volcara. Angelelli salió despedido y quedó inconsciente sobre el asfalto. Según las pericias, fue rematado a golpes en la cabeza. A Pinto lo dejarán allí creyendo que estaba muerto.
Tiempo después, se sabría por el policía Peregrino Fernández que los documentos del obispo fueron entregados al ministro del Interior, Harguindeguy, con el sello de «documentación confidencial». Para la Justicia y para los medios, Angelelli murió en un accidente de tránsito y eso mismo se le informó a la población. Pinto, por su parte, se iría de la provincia y se acercaría al obispo Jaime de Nevares, quien, a su vez, denunciaría los hechos. A diferencia de quienes lo asesinaron, Angelelli continuó siendo recordado -según sus propias palabras- por no esconderse “debajo de la cama”. Había elegido cumplir la misión de luchar «vigorosamente contra cualquier forma de servidumbre». Aunque eso le costase la vida.