- La Noche de los Bastones Largos |
Las tropas de policía se formaron frente al edificio de la calle Perú 272. Allí, aguardaron órdenes. Ya sabían lo que debían hacer, pero el inicio del operativo lo daba el comisario. Frente a ellos, la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Para las 10 de la noche, entraron por la fuerza y se toparon con Rolando García, científico y decano, quien, sorprendido, los enfrentó. «¿Cómo se atreve a cometer este atropello?”, le dijo al oficial para luego recibir un duro bastonazo en la cabeza que lo hizo caer al suelo. Como pudo se volvió a parar, los observó, y repitió la misma pregunta. Pero el leguaje de los uniformados no variaría y, sin explicación alguna, un oficial volvía a descargar su odio como respuesta.
Así como un día los militares decidieron que bajo su supervisión el pueblo volvería a votar, un día también decidieron que se terminaba: el 28 de junio, Onganía derrocaba a Illia. En ese entonces, empezaba a ponerse en práctica la doctrina de seguridad digitada por Estados Unidos y pensada para ser aplicada en Latinoamérica. Comenzaban a vivirse lo que serían duros ajustes, violentas represiones y sus consiguientes puebladas y gestas históricas. Era la Argentina derecha y humana contra el sueño de un futuro más justo. Un mes después, Onganía violaba los principios de la reforma universitaria y su autonomía decidiendo su intervención. Mediante un decreto, se ordenaba a los rectores y decanos a aceptar los cambios impuestos o renunciar.
Esa noche, luego de la negativa de las autoridades universitarias a dar ese gigantesco paso atrás, la policía ingresó disparando y golpeando a estudiantes y docentes. Acto seguido, la represión continuó entre detenciones y simulacros de fusilamiento. A su vez, el mismo operativo se daba en la Facultad de Filosofía y Letras. En total, se estiman más de 400 detenciones, entre ellas, investigadores de renombre internacional. La dictadura cumplía con parte de sus propósitos, aplacando el crecimiento en el plano científico y universitario e instalando la idea en la población de que lo que se gestaba no era más que «una cueva de marxistas» y que había que “eliminar las causas de acción subversiva”. Un nuevo interventor asumió sintetizando los hechos en una frase: «La autoridad está por encima de la ciencia».
Al esplendor académico y al reconocimiento mundial, la derecha argentina respondía con bastones largos. A la creación del CONICET, la editorial Eudeba y el gran impulso científico, la dictadura, manejada desde intereses externos, respondía destruyendo mientras advertía sobre los peligros de la izquierda. Como consecuencia, 1300 autoridades y docentes renunciaron a la UBA y más de 300 científicos y científicas abandonaron el país. Comenzaba la decadencia y el desmantelamiento de laboratorios, maquinarias y programas industriales y la primera computadora de América Latina creada para fines científicos. Comenzaba, también, una larga noche que duraría mucho tiempo.