
- La masacre de Ingeniero White |
Una jornada más de trabajo y los obreros comenzaban a llegar al muelle. Como cada día, pasaban el sector de seguridad, registraban su ingreso e iban rumbo a sus puestos. Con las primeras luces en el horizonte, la mañana del 23 de julio de 1907 prometía un día muy frío en el puerto de Ingeniero White. Antes de que sonara la campana de las 7:00, un grupo de trabajadores ingresó al predio y empezó a lanzar consignas para convocar a una huelga. Taller por taller, fueron sumando obreros que los seguían y apoyaban. Cuando los guardias notaron que encontraban eco y el grupo iba en aumento, se acercaron a separarlos para mandarlos a sus puestos. Pero era tarde, la chispa ya había prendido desde la rabia acumulada.
Entre forcejeos y corridas, dos capataces ingleses se presentaron en el lugar y golpearon a un trabajador. Frente a la reacción de sus compañeros, los guardias sacaron sus armas y apuntaron dispuestos a disparar. Los obreros, conscientes de la desigualdad en la que se encontraban, optaron por evitar una masacre y organizaron una reunión en el local anarquista Casa del Pueblo para pensar los pasos a seguir. A las 10 de la mañana, mientras una bandera negra flameaba en el cielo, las fuerzas de seguridad irrumpieron ante los asambleístas. Formados en dos hileras, los marinos aguardaban órdenes. Fue el teniente Posse quien gritó “fuego” pese a que no pasaba absolutamente nada. Sin embargo, para su sorpresa, nadie tiró. Enojado con sus súbditos, se apuró a sacar su revólver y, tras repetir la orden, fue el primero en apretar el gatillo.
Una balacera pasó sobre los trabajadores que, atónitos, reaccionaron como podían. «¡Viva la anarquía!», gritaron desde adentro y otra ráfaga dio contra el local. En medio de charcos de sangre, fueron escapando mientras los represores tiraban la puerta abajo e ingresaban. Cuando el silencio volvió a reinar, los médicos fueron atendiendo a los heridos y la policía requisó a más de 500 personas sin encontrar una sola arma. Para ese entonces, en el muelle, un joven llamado José Falcioni yacía gravemente herido.
Ese día, cuando la noche ya caía e Ingeniero White se encontraba casi militarizado, llegaba la noticia de la muerte de Pascual, un obrero de 44 años. Tres días después, la misma suerte corría el joven Falcioni. La tarde del 28, una multitud llevó su cajón hasta Bahía Blanca donde, una vez más, se chocó con la policía. De un segundo para el otro, el caos obligó a la gente a correr. Cuando la polvareda bajó y los gritos se hicieron silencio, quedó la imagen del cajón tumbado, solo, en el medio de la calle. Tenía varios orificios de balas. Le habían disparado, otra vez. Un obrero rompió el silencio mientras alguien recogía el cuerpo. Prometía, en nombre del pueblo, nunca olvidar a ese joven al que el Estado asesinó dos veces.