- La desaparición de María Cash |
Había cargado toda la ropa que podía necesitar y el resto del espacio lo llenó con telas. Valija repleta, mochila al hombro y María se despedía de su casa sabiendo que, por fin, lo que tantas veces había imaginado comenzaba a hacerse realidad. Esa tarde del 4 de julio de 2011, su padre la llevó hasta la estación de Retiro y le compró un pasaje a San Salvador de Jujuy. Allí esperaba encontrarse con Juan Pablo Dumón, un amigo que le había hecho una propuesta para comenzar un proyecto diseñando su propia indumentaria. A las 19:30, el micro arrancaba y partía hacia el norte. Tras varias horas de viaje, a las 11 de la mañana, el vehículo frenaba y María bajaba con sus cosas. Estaba en San Miguel de Tucumán, a 200 km de tu destino.
Desde allí llamará a Juan y le contará que en el colectivo había gente que no le gustaba. Por eso, decidió bajarse antes. A las 14:00 se tomará otro micro, pero, una vez más, volverá a bajarse durante el recorrido. Esta vez, al norte de Salta. De aquí en más, los datos sobre María comenzarán a perderse poco a poco. Por lo que se sabe, hizo dedo y fue llevada hacia el sur, rumbo contario a su destino, y se bajó en Santiago del Estero. Desde ahí llamó a Juan nuevamente, quien le sacó un pasaje y, a la madrugada del miércoles, María volvió a subirse a un micro. Antes de las 8 de la mañana, finalmente, llegaba a Jujuy.
Cuando llamó a la casa de Juan, su hermana le dijo que no se encontraba allí, que no la podían buscar y que mejor se tomara un taxi. Minutos después, María caminó por la ciudad y se subió a un taxi, pero con destino hacia la frontera con Salta. Desde allí habló a su madre, le dijo que se quería volver y la comunicación se cortó. Ya por la noche, las cámaras de seguridad la registraron caminando por la entrada a Salta capital y sin su valija. Del resto del día, solo se sabe que entró a un hospital, pidió turno médico y se ausentó. No hay datos de dónde pasó la noche. El día 8, pasadas las 10 de la mañana, mandó un mail a su familia pidiendo un número de una amiga. Las cámaras volverán a identificarla por la tarde, cruzando de un lado al otro de la ruta y con un bolso rosa. Lo último que se sabrá de María lo cuenta un camionero que la levantó.
En un paraje solitario, en el medio de la nada, ella preguntó por un chaperío al costado de la ruta y el conductor le dijo que era un santuario de la Difunta Correa. Pese a las advertencias de que no era recomendable quedarse ahí, de que no había nada cerca, María insistió en bajar. Eran las 4 de la tarde del 8 de julio y nunca se volvería a saber de ella. Inmediatamente, su familia partió a buscarla. Muchas informaciones se fueron cruzando y unas se pisaban con otras. Lo cierto, entre teorías sobre secuestro para redes de trata, es que no volvió a haber datos reales sobre su destino. Su padre, que fallecería en un accidente por la ruta mientras la buscaba, había pedido que no dejemos de compartir su rostro nunca. Hasta que aparezca.