LA LARGA Y FRÍA NOCHE DE SAN JUAN

  • La Masacre de San Juan |

El aviso ya corría de boca en boca. Si lo que decían era cierto, un grupo guerrillero se encontraba en la zona de Ñancahuazú, al sudeste de Bolivia, donde las llanuras del Chaco se funden con la cordillera. Pero eso no era lo que más preocupaba al Gobierno: la información que le llegaba decía que, al frente del grupo, se podía encontrar Ernesto “Che” Guevara. No mucho tiempo atrás, había sido electo presidente el exdictador René Barrientos. Desde su cargo, ahora legitimado desde las urnas, limitó los derechos del pueblo y promulgó una nueva constitución para aplacar los vestigios de la Revolución boliviana. Además, le abrió de par en par las puertas a Estados Unidos para que tuviera libre injerencia en el país. En ese contexto, con la intervención de la CIA para combatir la guerrilla, el poder decidía ejecutar un plan buscando aplacar al movimiento minero.

Poniendo a disposición a las fuerzas represivas, Barrientos preparaba lo que llamarían la Operación Pingüino. El justificativo sería un avance subversivo y el supuesto apoyo minero a la guerrilla. De este modo, a la madrugada del 24 de junio de 1967, se daba la orden para actuar. Algunas horas atrás, los militares se habían adentrado por la zona norte en territorio minero de Siglo XX durante la noche más fría y extensa del año. Sabían que el pueblo estaría reunido celebrando con sus fogatas tradicionales la Noche de San Juan. A las 4:40, los aviones de la Fuerza Aérea ya sobrevolaban las viviendas. Comenzaba la masacre.

A las 5:10, gracias a la colaboración de la empresa minera, se cortó la electricidad del lugar. Con la intervención de las rutas cercanas, evitaron que las emisoras locales pudieran informar y otros grupos acudieran en ayuda. Uno a uno, se fueron ocupando los campamentos, fusilando sin discriminación a quien se cruzaban y buscando dirigentes. Familias enteras fueron asesinadas mientras columnas equipadas con armas automáticas avanzaban disparando ráfagas por las ventanas de las casas. A lo largo de toda la noche la masacre se desplegó sin descanso. Cerca de las 8 de la mañana, todo estaba terminado.

Nunca se pudo saber con exactitud el número de personas asesinadas y heridas. Las cifras oficiales hablaron de tan solo 27 muertes; y otras, de más de 200. Tampoco se informó cuántas fueron desaparecidas. Para Barrientos, cualquier minero, hombre o mujer, niño o niña, llevaba el sello de la subversión. Un violento ataque terrorista para combatir lo que llamaban terrorismo. Al otro día, las familias sobrevivientes buscarían a sus fallecidos. Se ayudarían entre todas, acomodando cuerpos, cavando pozos y preparando las despedidas. Pese al sueño militar, no lograron aplacarlas. Aún hoy, décadas después, siguen de pie en su larga e incansable lucha.