VOLAR POR ENCIMA DEL INFIERNO

  • El secuestro y desaparición de Alejandra Jaimovich |

Un día, Alejandra tomó sus cosas y partió diciendo que volvería pronto. Llevaba un tiempo hospedándose junto a una amiga, ya que entendía que no era seguro para su familia que ella viviera en la misma casa. Hacía más de dos meses que los militares habían tomado el poder y ya escuchaba sobre compañeras desaparecidas o conocidos presos. Para ese entonces, Alejandra tenía solo 17 años y formaba parte de la Juventud Guevarista del PRT. A los pocos días, el 1º de junio de 1976, volvería, tal y como había dicho, con la intención de buscar algunas de sus pertenencias. Esperaba encontrarse con su amiga y poder charlar. Pero no fue así. Ese día, un grupo del ejército que seguía sus pasos la secuestraría para llevarla al Departamento de Informaciones -D2- de la Policía. Comenzaba un corto pero intenso infierno.

Días después, su madre y su padre asistieron al entierro de una amiga íntima de Alejandra que, supuestamente, había sido asesinada en un enfrentamiento con la policía. En aquel momento, alguien se acercó para darles una información que cambiaría sus vidas para siempre. Según le habían dicho, su hija había sido vista en el D2. Inmediatamente, su padre fue a averiguar, pero la policía le aseguró que no había nadie allí con esas características. De ahí en más vendrían cientos de pistas falsas, testigos que decían haberla visto en algún lugar o siendo trasladada. Nada real. Lo suficiente para mantener a la familia ocupada y desanimada mientras se les aconsejaba hacer todo en silencio, ya que, si hacían ruido, podrían no volver a verla nunca más.

Mientras tanto, Alejandra era trasladada a una unidad de Gendarmería. Allí sería torturada y abusada para, finalmente, ser llevada al centro clandestino La Perla donde sería interrogada sobre lo que había vivido en el D2 y con la gendarmería. Con quién habló, cómo fue tratada, qué le hicieron. Alejandra denunció las violaciones y las torturas sufridas y, a su vez, le pedían que dé nombres y datos simulando que era para terminar con los malos tratos. Lejos de esto, la verdadera intención era controlar a los uniformados y saber quiénes no cumplían órdenes.

Como recompensa, a Alejandra le prometieron llevarla a la cárcel de mujeres del Buen Pastor. Por eso, una mañana, la subieron a un camión fingiendo el traslado. Sería la última vez que la verían con vida. Lo que se pudo saber de ella, como es usual, fue gracias a testimonios de sobrevivientes. Pese a lo sufrido, Alejandra logró no dar ningún nombre ni dirección a los torturadores y pudo salvar a sus compañeros y compañeras de vivir un destino similar. Ana, una detenida que coincidió con ella en La Perla, la recordará alegre, capaz de reír y bromear a pesar de todo. Tenía algo de pájaro frágil y fuerte, dirá, “capaz de volar por encima del infierno».