L´ANARCHIA A BUENOS AIRES

  • Severino Di Giovanni y la fiesta fascista en el Teatro Colón |

Llegaba la noche tan esperada. Ese 6 de junio de 1925, el flamante Teatro Colón se vestía de gala con la clásica ostentación propia de los actos fascistas que se encontraban en auge en el viejo continente. Se sabía que Benito Mussolini estaría atento a los acontecimientos que se darían en la Argentina, por lo que el embajador italiano en Buenos Aires, Luigi Marescotti, contaba con la responsabilidad de que la fiesta saliera de la mejor manera. Minutos antes de que comenzara el evento, en la puerta del teatro, el embajador recibía al mismísimo presidente de la nación, Marcelo T. de Alvear, que llegaba junto a su esposa Regina Pacini, destacada soprano de la época. Nada podía salir mal. Buenos Aires era una fiesta.

Puertas adentro, la juventud fascista “camisas negras” de la colectividad italiana se ubicaba estratégicamente para hacer de seguridad. Eran los encargados de que la noche no tuviera motivos para amargarse. Distintas personalidades de la burguesía se hacían presentes y todo parecía marchar perfectamente mientras Alvear recibía un fervoroso aplauso al entrar al palco. Luego de que la banda municipal entonase las estrofas del Himno Nacional, llegaba el turno de la marcha real italiana. En aquel momento, lo inesperado se hacía realidad.

Desde las plateas altas, una lluvia de volantes comenzó a caer ante un público que observaba atónito y asustado. En medio del desconcierto y ya con gran parte de la sala de pie, el embajador buscaba a su alrededor mientras escuchaba los gritos de «¡Ladrón!, ¡asesino!»: eran diez personas que se escabullían de sus perseguidores. Los gritos se repetirían uno a uno con denuncias de crímenes contra Mussolini, «la más precisa y perfecta representación de todas las infamias». Minutos después, entre peleas y corridas, el Colón iba quedando vacío. La policía, los bomberos y la gente bien de saco y galera subían a ayudar para aplacar a los revoltosos. Aun así, la noche ya estaba arruinada.

Apresados y esposados, los detenidos fueron llevados al hall entre miradas de odio y desprecio. Allí, un joven rubio italiano -que comenzaba a hacer su propia historia- escupiría en la cara a un militar mientras repetía: ¡Evviva l’anarchia! La policía luego dirá que nueve de los diez detenidos se negaron a declarar su ideología política, salvo uno, el rubio, que respondía a todo sin problemas confesando que no solo arrojó los volantes, sino que se defendió de los golpes. Además, para terminar de sorprenderlos, dio su dirección real, habló de su trabajo y no escondió datos. Su ideología: anarquista. El joven de 24 años dijo todo, no tenía nada que ocultar, ni siquiera su desprecio al fascismo y a sus mercenarios de turno. A la hora de firmar la declaración, tampoco mintió ni le tembló el pulso. Le acercaron el papel y escribió: Severino Di Giovanni.