Sobre la muerte del genocida Santiago Riveros |
Enero de 1976. Decir que para ese entonces Argentina vivía todavía en democracia amerita, cuanto menos, varias aclaraciones. Porque, durante esos tiempos, gozaban de perfecta salud y recorrían las calles buscando a sus víctimas grupos parapoliciales como la Triple A, la CNU o el Comando Libertadores de América. Sus mecanismos de persecución, tortura y asesinato no tendrían tanto que envidar a los que los militares pondrían en práctica pocos meses después, y muchos de sus integrantes tendrían sus cargos asegurados a futuro. Fue durante esos días que el militar Santiago Omar Riveros proclamó el fin de la lucha armada y la derrota total del ERP luego del fallido copamiento del cuartel de Monte Chingolo. Cierto o no, una noticia de tal magnitud no sonaba del todo alentadora para los planes que estaban por poner en marcha. Al fin y al cabo, ¿no planeaban llegar al poder bajo el justificativo de terminar con la subversión?
Sus dichos serían rápidamente matizados, y el jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, saldría a aclarar los hechos: «la subversión sigue activa y no solamente actúa por las armas». Pocos meses después, el 24 de marzo, las fuerzas armadas argentinas tomarían el poder del país por la fuerza. Riveros sería designado como Comandante de Institutos Militares y jefe de la guarnición militar Campo de Mayo, cargo en el que se mantendría hasta diciembre de 1978. Allí, precisamente dentro de Campo de Mayo, es donde funcionarían los centros clandestinos de detención y tortura de El Campito, Las Casitas, el Hospital Militar y la Prisión Militar de Encausados.
Bajo su mandato se llevaron a cabo las más brutales y sádicas torturas. Gracias a su desempeño, se ganó su espacio dentro del grupo de «los duros», junto con los genocidas Díaz Bessone, Suárez Masón y Luciano Benjamín Menéndez. Luego de cumplir distintos roles designados por sus superiores, para enero de 1980, fue elegido por Viola como embajador de Uruguay. La vuelta de la democracia lo sorprendería con los juicios donde el expresidente de facto Lanusse hablaría sobre sus tareas durante el genocidio. Pero el poder nunca se pisa del todo la cola, y Riveros lograría esquivar el castigo.
Años después, tras la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, y la nulidad del indulto de Menem en 1989, Riveros sería condenado a prisión perpetua por secuestro, torturas, robo de bebés, asesinatos y el sádico crimen del joven Floreal Avellaneda. A lo largo de su vida, llegaría a sumar 13 condenas a cadena perpetua. Como cabe esperar, y al igual que sus pares, eligió llevar todos los secretos militares a la tumba y nunca confesar dónde están los cuerpos que aún hoy se siguen buscando. O, en sus propias palabras: «No ha habido desaparecidos, sino terroristas aniquilados en el marco de una guerra revolucionaria y por tanto irregular». Le guste o no, a partir de hoy, cuando se busque el significado del terror en la historia argentina, su nombre estará siempre presente.