EL OTRO 25 DE MAYO

  • La Revolución de Mayo |

25 de mayo de 1810, Buenos Aires, capital del virreinato del Río de la Plata. Hacía tiempo llegaban noticias de que algo grande podía acontecer. Desde Europa, se respiraban los aires de la Revolución francesa, y la caída de España bajo el ejército de Napoleón parecía ser el puntapié para un nuevo rumbo. En ese contexto, luego de tres siglos de dominación colonial, las elites criollas se debatían sobre cuándo era el momento de actuar, y distintas fuerzas pujaban por marcar el camino. Lo que estaba por ocurrir distaría mucho del mito mitrista de la patria unida y orgullosa luchando contra las garras y el yugo español.

Afuera, en la plaza de la Victoria -hoy de Mayo-, la historia oficial nos narraría a un pueblo soberano, decente, de rasgos europeos y tez blanca, soportando estoicamente una fuerte lluvia mientras se escuchaba una frase que se haría historia: «El pueblo quiere saber de qué se trata». Pero la realidad es que quienes aguardaban eran personas de piel negra -combatientes en las invasiones inglesas-, nativas o blancas pobres. Se nos presenta el cuadro de French y Beruti repartiendo escarapelas en lugar de liderando a 600 hombres armados para entrar a exigir la destitución de Cisneros. En el otro 25 de Mayo, mientras el pueblo aguardaba puertas afuera, adentro del Cabildo se discutía entre independencia o revolución. Y, en el medio, los dueños de los negocios.

Lejos de sembrar los cimientos de una soberanía popular, el 25 de Mayo significaría la posibilidad para las oligarquías locales de manejar libremente sus negocios sin el estrobo de la Corona. Nacía un cambio político que erigía, bajo la bandera del patriotismo, un nuevo modo de dominación social. Destituido Cisneros, se reafirmaría la lealtad a Fernando VII. La semilla de la formación del Estado-Nación que comenzaba a gestarse no brindaría más derechos al pueblo, el cual aún tendría que aguardar más de un siglo para poder ser mínimamente escuchado.

Como tantas otras veces, las ideas costaron vidas. Meses más tarde, Mariano Moreno sería asesinado en altamar tras fuertes diferencias con Saavedra. Su Plan de Operaciones era mucho para quienes solo necesitaban la independencia. Para Belgrano y Castelli, habría juicio y castigo. Uno, morirá entre la pobreza y el olvido; el otro, el orador de la revolución, perderá la lengua mientras era juzgado. En la Argentina naciente, cambiarían las instituciones, los nombres, y habría nuevos cargos en pos del progreso. Quienes sufrían seguirían sufriendo, y las buenas costumbres aún llegarían desde el otro lado del mar. Nuestra Revolución de Mayo no trajo mejores días para la población, sí para quienes sacaron sus tajadas. Y si bien es imprescindible marcar las inmensas diferencias entre los protagonistas de esta historia, también es necesario, entre festejos y algarabía patrios, recordar al pueblo. Ese que, como tantas veces, se quedó sin más que con su escarapela.