OH, PARTISANO!

  • La muerte de Benito Mussolini |

Sin dudas, la decisión lo tomaba por sorpresa. Mussolini había llegado a la reunión con la esperanza intacta de salir indemne, pero, conforme iban pasando los minutos, la realidad lo fue preocupando cada vez más. Contra cualquier pronóstico que hubiese imaginado, eran los propios fascistas quienes lo felicitaban por entregarse para pacificar la situación. No a cualquier otro, sino a él, el mismísimo Duce. Las negociaciones con los partisanos estaban lejos de ser lo que esperaba. Cuando llegó el turno de realizar un cuarto intermedio, pensó que ya no contaba con demasiado tiempo. Había que decidir rápidamente. Será en ese momento que, aterrado tras recibir la noticia de que un general nazi decretaba el cese de la lucha, decidiría escapar.

Desde el sur del país, las tropas aliadas avanzaban y la resistencia partisana ya era más que una amenaza para sus casi 23 años de dictadura. Eran los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y Europa se preparaba para los nuevos tiempos. Mussolini ahora aspiraba a cruzar la frontera hacia la neutral Suiza y a que Alemania lograse negociar garantías. Sabía que en Como lo aguardaba su familia, pero consideraba que no había tiempo que perder y continuaría hacia al norte, abandonándola a su suerte. En el camino, eso sí, se encontraría con su amante, Claretta Petacci. Sin rumbo fijo, avanzaron por la ruta.

A las 6:30 del 27 de abril de 1945, el coche en el que viajaban era detenido por un grupo de partisanos que vigilaba la carretera. Los disparos duraron poco y, al verse en clara desventaja, los fascistas pidieron negociar y presentaron sus documentos. Luego de examinarlos y notar que eran falsos, las sospechas se hicieron cada vez más grandes. Revisando el vehículo, un partisano se acerca al asiento trasero y con su linterna ilumina un extraño bulto del que sobresalía un casco nazi. Debajo, se escondía un hombre con un sobretodo del Ejército alemán. Tras quitar el casco, su sorpresa no sería poca. Ante la mirada atenta del resto, sin dejar de sonreír, exclamó: «¡Caballero Benito Mussolini!».

Aquella noche, la noticia se hacía pública y los detenidos eran llevados a una granja para evitar que los pudieran encontrar. Por la tarde, mientras eran trasladados, el coche se detenía al costado del camino. Alguien ordenaba a Mussolini y a Petacci que bajaran y se pusieran de pie frente a un muro. A las 16:10, ambos fueron fusilados. Mismo destino que correrían 16 de los más altos jerarcas fascistas. Para el amanecer del día siguiente, los cuerpos viajaban hacia Milán. Llegarían a Plaza de Loreto a las primeras horas del alba. Los esperaba el pueblo. El lugar elegido no era casualidad: allí, meses atrás, 15 partisanos habían sido fusilados y sus cuerpos exhibidos a la población. Ante una multitud que se iba juntando, los fascistas eran colgados boca abajo de una viga. La justicia por la mano propia de un pueblo que observaba a su verdugo condenado.