
- La muerte de Antonio Gramsci |
Era el año 1937 y Mussolini gobernaba en Italia, Hitler en Alemania, España se acercaba a décadas bajo la dictadura de Franco, y ya nada quedaba del corto sueño de aquella revolución que desde hacía tiempo tenía al frente a Stalin. Por esos días, luego de 10 años en prisión tras ser acusado por el fascismo de actividad conspirativa y apología del delito, Antonio Gramsci quedaba finalmente en libertad. Las rejas que habían buscado callarlo se abrían aquel 21 de abril. Y si bien el encierro y la falta de atención médica habían deteriorado gravemente su salud, aún contaba con cientos de páginas que, tarde o temprano, verían la luz.
El día que decidieron que dejara de pensar, el fiscal declaró: «Debemos impedir que este cerebro trabaje durante 20 años”. Por eso, quien supo ser uno de los fundadores del partido comunista italiano, una de las mentes más brillantes y a su vez más peligrosas para el régimen fascista, era condenado a prisión. Había comprendido, quizás antes que nadie, que, si el pueblo no daba un paso al frente, “una tremenda reacción por parte de la clase propietaria y la clase gubernamental” los pasaría por arriba. Dos años más tarde, llegaba el fascismo.
Los años siguientes, pese al aislamiento y a la persecución sin fin, lograría sobrevivir escribiendo más de 3000 páginas de historia, política y estrategia revolucionaria. Las dolencias físicas de toda una vida no serían motivo para descansar. Se sentó junto a sus cuadernos diariamente, sin perder la lucidez, entre insomnios eternos y recuerdos recurrentes mientras afuera el avance de las derechas pisaba cada vez más fuerte sobre el pueblo. En aquel entonces, se hará una pregunta que, casi 100 años después, continua vigente: “¿Cómo es posible pensar el presente, y un presente bien determinado, con un pensamiento trabajado por problemas de un pasado remoto y superado?”.
En este mismo plano, criticaba a quienes se dedican a opinar desde altares, reposando en la comodidad de la distancia, esa contradicción de quien se llama intelectual y «se halla separado del pueblo-nación, o sea, sin sentir las pasiones elementales del pueblo». Luego de una vida de lucha y escritos, el 27 de abril de 1937, con apenas 46 años, su cuerpo finalmente no pudo más. Una hemorragia cerebral fue el detonante de años de dolor y tormentos. El fascismo había logrado encerrarlo dentro de 4 paredes, pero sin alcanzar su verdadero cometido: callarlo de una vez y para siempre. Aquel hombre que creía que vivir significaba tomar partido había dejado una huella imborrable que aún hoy perdura. El día de su muerte, esas ideas que pretendieron quebrar comenzaron a esparcirse por los pueblos.