‘COMANDANTE SEGUNDO’, EL HERMANO DEL CHE

Por Jorge Montero |

«De la noche vengo. A la noche voy. Un solo relámpago de luz turbia mi cuerpo».
Miguel Ángel Bustos

No importa qué retrato. Uno cualquiera: serio, sonriendo, en la redacción de Prensa Latina con Rodolfo Walsh, arma en mano, con Fidel o el Che, asiendo con firmeza a María Graciela y Jorgito sobre un viejo muelle raído, dialogando con combatientes del FNA en Argelia, o junto a sus compañeros del Ejército Guerrillero del Pueblo, poco antes de perderse para siempre en la selva salteña. Como si del otro lado de la vida todavía quisiera acompañar el rastro del mundo que tuvo que dejar; como si no se resignase a ignorar las infinitas injusticias que todavía estaban por nacer. Sobre cada una de estas imágenes se podría reflexionar profusamente, de un modo lírico o de un modo dramático, con la objetividad prosaica del historiador o simplemente como quien se dispone a hablar del camarada que descubre haber perdido porque no lo llegó a conocer… Y hoy tiene 95 años.

Todavía en esta Argentina infeliz y decadente, estragada por sus clases dominantes, nos llega la voz clandestina de Jorge Ricardo Masetti. Está en Salta internado en la selva, es 1963, y sobre una hoja amarillenta escribe: «La Revolución ya no es un acontecimiento a observar, un hecho histórico a criticar, sino que la Revolución somos nosotros mismos, está en nosotros, es nuestra conciencia y la que nos juzga y nos critica y nos exige».  Imagen de los sueños revolucionarios del mundo. Promesa de victorias a tal punto fértiles que nunca habrían de degenerar en rutinas ni en escepticismos. Antes darían lugar a otros muchos triunfos, el del bien sobre el mal, el de lo justo sobre lo inocuo, el de la libertad sobre la necesidad. Enmarcado o fijo en la pared por medios precarios, ese retrato estuvo presente en debates políticos apasionados en la tierra argentina, exaltando argumentos, atenuando desánimos, arrullando esperanzas, que hoy parecen volver a palpitar entre los más jóvenes de los nuestros.  

Jorge Ricardo Masetti junto a Ernesto Guevara.

Masetti, de muchacho apasionado que busca su destino, después de fracasar como cantor de tangos y arquero de Racing, y lo encuentra en el periodismo; a cronista audaz de Radio El Mundo, que viaja a Sierra Maestra en plena guerra para entrevistar a Fidel Castro y el Che Guevara, en esa que Rodolfo Walsh llamó «la mayor hazaña individual del periodismo argentino».  Para transformarse en fundador y primer director de Prensa Latina, la agencia de noticias de la Revolución que, de la nada, fue capaz de competir con los gigantes de la comunicación de Estados Unidos.

Seguramente es misión imposible tratar de pintar en unas líneas el ambiente y las vivencias de aquella condensación del tiempo y aquella conmoción continuada de las vidas y las realidades que fueron los primeros años de la Revolución cubana. Los nombres mismos mostraban su insuficiencia, y calificaban mal, o con retraso, lo que querían denominar. El horizonte de la Revolución era ella misma, que no se asombraba de su audacia, ni temía a sus enemigos ni a sus límites, ni se detenía ante nada. Comenzaba la veloz formación de una fuerza armada popular y se buscaban armas en Europa Oriental, se trataba de organizar una nueva economía en el campo y en el azúcar, se escribía la Primera Declaración de La Habana y Fidel definía a la democracia cubana como aquel régimen que le entrega un fusil a un obrero, a un campesino, a una mujer y a un negro. Los cubanos estaban apoderándose de su país y de sus vidas, y comenzando a ver el futuro como un proyecto. En medio de esa vorágine: Prensa Latina. «Nosotros somos objetivos, pero no imparciales. Consideramos que es una cobardía ser imparciales entre el bien y el mal», es el concepto central formulado por Masetti, y replicado por Rodolfo Walsh, Rogelio García Lupo, Gabriel García Márquez, Carlos María Gutiérrez, y tantos otros reporteros que conformaron el plantel primigenio de la agencia de noticias.

Entonces entró en el pueblo cubano el marxismo-leninismo, con una inmensa aceptación y popularidad, porque eran las ideas que pertenecían al socialismo. Para la masa de la población y de los revolucionarios, el socialismo fue el socialismo de la batalla de Playa Girón, donde el pueblo firmó con sangre la libertad, las nacionalizaciones, la liberación nacional y todos los cambios. Y Masetti, aquel 19 de abril de 1961, sentado en su oficina, garabateaba con su letra ilegible las palabras que le dictaba por teléfono el presidente Osvaldo Dorticós. Apenas cortó la comunicación, corrió al teletipo para transmitir al mundo «la primera derrota del imperialismo».

En seguida se desencadenaron vertiginosas transformaciones de la sociedad, de la vida y las conciencias. La tesis de Marx «cuando penetran en las masas, las ideas son una fuerza material», era una vez más evidente. Cambió inclusive el sentido de los tiempos, cuando el presente se pobló de una multitud de acontecimientos, el pasado fue requerido para que apoyara la lucha revolucionaria y revisado, y el futuro dejó de tener plazos cortos y efímeros para las mayorías, y se convirtió en un proyecto liberador, internacionalista, trascendente que exigía, estimulaba y justificaba, digno de entrega de los que no les alcanzaría la vida parar verlo realizado.

Entonces Jorge Masetti, ya hombre de confianza del Che, crea sin temor alguno a la desmesura, el desafuero y el error, que es la única manera de crear. Se combate en Argelia y hacia allí parte. Conmovido por el proceso de liberación proyecta escribir, en esos días nerviosos, sobre la experiencia. Pero ahora son tiempos de fusil, y así lo explicita: «Yo parto para escribir la parte de nuestra revolución que nos corresponde a los argentinos. Por eso, hermano argelino, perdóname que tanto de lo que me enseñaste del desarrollo de vuestra revolución, en tu patria, no lo pueda consignar aquí. Estoy apurado. La Historia me urge. Y en mi patria, mi pueblo espera ansioso llenar las páginas que la Historia le depara. Cuando esté concluido (…) nos volveremos a encontrar. Tú, con tu patria liberada. Yo, con mi patria liberada».

Jorge Ricardo Masetti junto a Rodolfo Walsh y el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias.

Retorna a Cuba y nace el Comandante «Segundo», ahora hermano del Che, compañero de su proyecto guerrillero en América Latina y de su anhelo de encabezar una revolución socialista en Argentina. La yunga lo requiere. Allá va. Un remedo del «pequeño ejército loco» de Sandino. Un puñado de jóvenes rebeldes, embrión del Ejército Guerrillero del Pueblo, recorre la geografía salteña. Masetti escribe el «Mensaje a los Campesinos», dirigido a los pobladores de la zona. «¿Y quiénes somos nosotros? Nosotros somos trabajadores como ustedes, de distintos oficios y profesiones, a quienes nos explotaban en las ciudades y los pueblos, los mismos que los explotaban a ustedes en el ingenio, o en los montes o en los campos (…). De cada cosecha, ellos exigen, roban, los beneficios. ¿Es que acaso cuidaron la vaca parida o sembraron el pasto para alimentarla, o plantaron y podaron los naranjeros? ¿Acaso ellos siembran bajo el sol, desayunan en medio de la lluvia, persiguen a los bichos del monte, ahuyentan a los loros, luchan contra la peste? ¿Es que alguna vez en su vida se doblaron sobre la tierra para hacer un surco o plantar un árbol? ¿Acaso alguna vez empuñaron un hacha para voltear un tronco, o metieron sus pies desnudos en la selva plagada de víboras? Ellos los que mejor comen, jamás sembraron. Los que tienen los más lujosos muebles, jamás cortaron un árbol. Y los que siembran, los que hachan, sólo comen maíz y ni tienen, ni una mesa, ni una cama propia. Es fácil ver cómo viven ellos, los que no trabajan, y como viven los hijos de ustedes, los hijos nuestros, los hijos de los pobres (…). Esto lo arreglará el pueblo. Esto lo arreglaremos nosotros. Y vos, compañero, junto con nosotros cuando juremos REVOLUCIÓN O MUERTE».

Adentrándose en la espesura del monte, acechados por todo tipo de alimañas. Con la gendarmería estrechando un cerco que les impide alcanzar las bases de provisiones. Con hambre y cansancio que comienzan a hacer estragos y desgastan el ánimo de la columna. El Comandante Segundo, aún se indigna. En enero de 1964, escribe a su familia: «Esta es una región en que la miseria y las enfermedades alcanzan el máximo posible, lo superan. (…) Quien venga aquí y no se indigne, quien venga aquí y no se alce, quien pueda ayudar de cualquier manera y no lo haga, es un canalla».

Miembros del EGP tras ser capturados por Gendarmería.

Para entonces, la suerte de la columna está echada. La gendarmería tiende emboscadas y asesina por la espalda a varios guerrilleros, entre ellos al cubano Hermes Peña. Uno a uno caen todos los campamentos, y los combatientes sobrevivientes son tomados prisioneros, luego serán torturados y juzgados en procesos viciados de irregularidad. Los contactos urbanos detenidos; mientras se desata una feroz represión sobre los poblados cercanos, en busca de Segundo. Él está allí, en un minúsculo punto de la selva espesa y plagada de tipas, pacaráes, cebiles, tarcos y cochuchos, sobre los que se levantan las maromas que no dejan ver el cielo. Pero «Masetti no aparece nunca. Se ha disuelto en la selva, en la lluvia, en el tiempo. En algún lugar desconocido el cadáver del comandante Segundo empuña un fusil herrumbrado. Tenía al morir 34 años, había nacido en Avellaneda», escribe Rodolfo Walsh.

Algunos seguramente protesten diciendo que aún no ha sido recuperado del olvido. Que su imagen se diluyó en el monte salteño aquel 21 de abril de 1964. Otros dirán que la vida cambió, que Masetti, al perder su guerra, nos hizo perder la nuestra, y por lo tanto era inútil echarse a llorar, como un niño a quien se la ha derramado la leche. No serán pocos los que confesaran que se dejaron envolver por una moda del tiempo, la misma que hizo crecer barbas y alargar las melenas, como si la revolución fuera una cuestión de peluqueros. Los más honestos reconocerán que el corazón les duele, que sienten en el movimiento perpetuo de un remordimiento, como si su verdadera vida hubiese suspendido el curso y ahora les preguntase, obsesivamente, adónde piensan ir sin ideales ni esperanza, sin una idea de futuro que dé algún sentido al presente.

Jorge Ricardo Masetti junto a Ernesto Guevara.

Si como sentencia Antonio Machado, «lleva quien deja y vive el que ha vivido», Jorge Masetti, si tal se puede decir, ya existía antes de haber nacido, Jorge Masetti, si tal se puede afirmar, continúa existiendo después de haber muerto. Porque Masetti es sólo el otro nombre de lo que hay de más justo y digno en el espíritu humano. Lo que tantas veces vive adormecido dentro de nosotros. Lo que debemos despertar para conocer y conocernos, para agregar el paso humilde de cada uno al camino de todos.

Él está allí, todavía, desde sus noventa y cinco años, en un minúsculo punto de la selva espesa y plagada de tipas, pacaráes, cebiles, tarcos y cochuchos, sobre los que se levantan las maromas que casi no dejan ver el cielo; y desde allí nos aguijonea: «para comprender aquí la necesidad de luchar no hace falta ser revolucionario, ni marxista, ni otra cosa que ser humano y tener sentimientos».