
- Violet Gibson y el atentado a Benito Mussolini |
El día había amanecido tal cual lo esperado. Con el sol imponiéndose sobre Roma, lentamente, la gente empezaba a acercarse a la plaza de Campidoglio. El lugar estaba preparado para la ocasión y las milicias de seguridad custodiaban que todo saliera como debía. Con el paso de los minutos, la multitud se fue amontonando y los primeros brazos se alzaron hacia el cielo recibiendo al líder fascista Benito Mussolini. Sin embargo, cuando el Duce apareció en escena, entre las manos firmes que se erguían en lo alto, una lo tomaría por sorpresa. Era la de Violet Gibson, una mujer de 50 años que podía cambiar la historia.
Lo que estaba por ocurrir aquella mañana, sin duda, tendría tantas versiones como personas quisieran opinar. Los hechos, por su parte, serían maquillados y decorados por los intereses de quienes pusieran a correr de boca en boca la versión oficial. Al fin y al cabo, ¿cómo pudo ser que una mujer nacida en el seno de la nobleza irlandesa hubiera decidido un día viajar hasta Italia para dispararle a Mussolini? La mayoría de las preguntas no encontraban respuestas. La misma Gibson se limitaría tan solo a afirmar que decir o no la verdad no era importante. Lo importante, sostendría, “es no decir lo que no se puede decir. Hay secretos que una nunca puede revelar”.
Lo cierto es que ese miércoles 7 de abril de 1926, cuando Mussolini levantó su brazo saludando a la multitud y Gibson alzó el suyo, hubo un segundo en el que sus miradas se cruzaron. De alguna forma, esa mujer vestida como una indigente, con un atuendo negro muy gastado y el pelo atado desprolijamente con un moño, se había logrado abrir paso entre la gente. Con su metro y medio de altura y su apariencia sumamente frágil, Gibson se pudo ubicar a centímetros del Duce. Fue cuando un grupo de jóvenes comenzó a cantar las estrofas del himno fascista que, tal y como había estado practicando, levantó su revólver y apretó el gatillo. El disparo resonó entre la multitud y Mussolini trastabilló hacia atrás buscando mantener el equilibro. Mientras cubría su cara con ambas manos, la sangre comenzó a brotar entre sus dedos.
Rápidamente, Gibson volvió a apretar el gatillo. Sin embargo, esta vez no ocurrió nada. La bala estaba trabada en la recámara. Pese a que Mussolini gritaba a la multitud que todo era «una bagatela», la agresora sería violentamente atacada. Quince minutos después, era detenida y el Duce aparecería nuevamente con una venda sobre su nariz. Se había salvado por milímetros. Gibson sería etiquetada como loca y, días después, era deportada a su país para ser recluida en un psiquiátrico. De ahí en más, nunca quiso hablar de los hechos ni dar dato alguno. En el asilo donde vivía, 19 años más tarde, alguien se acercaría para contarle la noticia: los partisanos acababan de matar a Mussolini. En ese momento, su cuerpo estaba siendo colgado en la Plaza de Loreto, en el mismo lugar donde había asesinado a mansalva. Y, frente a él, el pueblo comenzaba a reunirse.