- Domitila Barrios de Chungara |
Cinco mujeres llegaron a la Plaza Murillo, en el centro de La Paz, Bolivia. Caminaron en medio de la gente que iba de un lado al otro y buscaron dónde sentarse. Allí, a la vista de quienes tímidamente las observaban de reojo, levantaron un cartel y lo sostuvieron en alto. Decía que se encontraban en huelga de hambre y que mantendrían su lucha hasta que se cayera la dictadura de Hugo Banzer. Era alguna tarde de diciembre de 1977 y, ante la mirada y burla de transeúntes y el descrédito de los partidos de izquierda, poco a poco, esas 5 mujeres pasaron a ser 50. Luego serían cerca de 1500 quienes se sumaban y el número seguía multiplicándose. Y, un día, la risa de quienes cada vez iban siendo menos debió de haberse transformado en sorpresa cuando, finalmente, la dictadura comunicaba su fin. Habían vencido.
En el corazón de Sudamérica, durante tiempos difíciles que no daban respiro entre golpes de Estado y clandestinidad, una trabajadora boliviana había decidido dedicar su vida a hacer lo que para muchas parecía una utopía. «Llegué a la conclusión de que mi madre se murió porque era mujer», dijo Domitila Barrios alguna vez mientras recordaba su infancia y el apoyo incondicional de su padre que la incentivaba a no bajar los brazos. Tal vez, de esa conjunción de vivencias, Domitila comprendió que la lucha era una, y el pueblo debía estar unido para llevarla a cabo. Ese día, al igual que sus compañeras, se levantó de la plaza sabiendo que era momento de no volver a callar nunca más.
«Yo quiero preguntar cuál es nuestro enemigo principal», dijo al público presente durante una asamblea. Entre respuestas varias que iban desde la burguesía hasta el Ejército, Domitila aguardó en silencio y respondió que no, que “nuestro enemigo principal es el miedo, y lo llevamos adentro». Creía que era preciso no separar las fuerzas, dejando participar “a la compañera, al compañero y a los hijos en la lucha de la clase trabajadora” para convertirnos en una trinchera infranqueable. Porque, si en lugar de organizarnos nos dividimos, “la situación no va a cambiar más».
Crítica de lo que entendía como el feminismo dominante, durante un debate de mujeres buscó poner sobre la mesa las diferencias de prioridades entre quienes siempre sostenían el micrófono y quienes debían escuchar: «Hay un ‘ismo’ que nos une, pero no somos iguales». Afirmaba que el trabajo no consiste en “pelearnos con nuestros compañeros, sino con ellos cambiar el sistema en que vivimos». Perseguida, torturada y detenida, la vida de Domitila fue una constante lucha contra un poder que nunca quiso perder el “privilegio de seguir robando”. Por eso, planteaba que el pueblo tiene la necesidad de armarse para defender su dignidad. Al fin y al cabo, “las armas no las empuñamos nosotros, sino que es el enemigo” quien siempre nos está apuntando.