- Resistencia y represión en el Black Cat |
El reloj acababa de marcar las 12:00. Era el año nuevo de 1967 y las calles de Los Ángeles se llenaban de festejos. La taberna Black Cat, abierta hacía tan solo dos meses y que buscaba ser un espacio de reunión LGTB, no iba a ser la excepción. Ante la falta de espacios del estilo, la novedad sobre un nuevo local para reunirse lejos de la inquisidora mirada de la sociedad había corrido rápidamente. Era un refugio entre tanta discriminación, persecución y represión. Aquella noche, la gente se mostraba renovada de esperanzas, con la ilusión de que, por fin, el cambio en el calendario augurase tiempos mejores. Sin embargo, puertas afuera, la policía tenía otros planes en mente.
Minutos después de las 12, un grupo de hombres de civil armados ingresaba a la taberna. Sin identificarse, caminaron por el salón y observaron a su alrededor. De un momento al otro, un policía comenzó a arrancar violentamente las decoraciones de las paredes. Como si fuera una señal, el resto se lanzó sobre la gente. Mientras la violencia legal se desataba ante la incrédula mirada de quienes intentaban escapar, desde la calle se escucharon llegar patrulleros. Con los refuerzos esperados, comenzaban las detenciones.
Según los datos de la Policía, había sido el público presente en el local quien convirtió en una revuelta lo que intentaban ser «arrestos de rutina en un conocido bar gay». Además, dirían que, «cuando todo el infierno se desató», la violencia derivó en «tres policías gravemente heridos», uno con la mano quebrada y otro «hospitalizado durante nueve días». Lo único cierto en las declaraciones que darían esa noche es que se habían efectuado cerca de 17 detenciones arbitrarias. La noticia no tardaría en conocerse y, para el 11 de febrero, se organizaba una manifestación en la puerta de Black Cat. Todo detalle debía ser cuidado para evitar que los uniformados pudieran justificar otra represión.
Organizado de boca en boca y mediante una cadena de llamadas telefónicas, la idea era lograr una convocatoria lo suficientemente grande como para llamar la atención. Para la noche del 11, lo que había nacido como una marcha LGTB, al poco tiempo, contaba con grupos de comunidades negras y latinas. Marchas por derechos que solían ser fragmentadas ahora se unificaban. Todo fue meticulosamente planificado y, como diría un manifestante: «Si un panfleto caía al suelo, se recogía rápidamente para evitar que la policía tuviera una excusa». Si bien se comenzaría a hablar de esa marcha como la primera manifestación por derechos LGTB, la realidad es que desde hacía tiempo se venían llevando a cabo. De todas formas, lo que lograrían esa noche generaría un quiebre importante debido al efecto positivo que desató la lucha. Frente a los policías armados de pies a cabeza, se daba un paso más por cambiar la historia.