- La Decena Trágica |
Gustavo entró apurado al despacho. Vio a su hermano junto al escritorio y aceleró su paso. Llevaba una hoja en la mano y, sin decir palabra, la apoyó arriba de todos los papeles. Era algún día de los primeros de febrero de 1913. Francisco Madero, presidente de México y uno de los más importantes ideólogos de la Revolución que vivía el país, la observó con calma. El papel detallaba, uno a uno, el nombre de 32 generales. Mientras los leía, Gustavo le explicaría que no solo había una conspiración en marcha para realizar un golpe, sino que casi todo el Ejército de la ciudad se había adherido. Tras una desesperada conversación en la que Francisco dirá que sería mejor no actuar para no enfurecer aún más a los militares, Gustavo le avisaría que, si tomaba esa decisión, los matarían. En ese momento, el presidente decidirá el futuro: Si hay que morir, moriremos.
Para ese entonces, Emiliano Zapata exigía a Madero que se cumpliera el Plan de Ayala mientras se desataba una guerra de guerrillas y, en el norte del país, recibían a Pancho Villa que recientemente había escapado de prisión. Eran tiempos álgidos para la Revolución mexicana. Días después, para el amanecer del 9 de febrero y bajo la bandera de salvar a la patria, los militares salieron del cuartel de Tacubaya hacia las cárceles donde estaban detenidos los generales Reyes y Díaz, hombres de la dictadura de Porfirio Díaz. En ese momento, en el Palacio Nacional, otro grupo armado detenía a Gustavo. Horas más tarde, los generales ya liberados se presentarían a las puertas del palacio. Con la Decena Trágica en marcha, se abría el fuego.
Sin embargo, el golpe deberá esperar. Reyes caerá muerto y, a las afueras del palacio, la lucha continuará entre disparos. Alertado, Madero se acercará a la zona y será en ese momento que aparecerá en escena un general ya retirado que, por detrás, jugaba un papel preponderante en lo que ocurría: Victoriano Huerta. Se acercará a Francisco fingiendo apoyo, como un opositor al golpe. Lo que vendrá por delante serían días de enfrentamientos en los que, finalmente, Madero lo nombrará como jefe del Ejército. Con los militares avanzados y con terreno ganado, el 17 de febrero Gustavo denunció que Victoriano Huerta tenía un pacto con los golpistas; pero, una vez más, Francisco decidió obviar las advertencias de su hermano. Para ese entonces, tres hombres de la lista, Huerta, Díaz y Mondragón, ya planificaban el futuro.
Una mañana, Madero advertirá que sus guardias del palacio habían sido reemplazados. Entre disparos cruzados, se apresurará para bajar al primer piso buscando ayuda. En ese momento, será detenido. Con el golpe consumado, Huerta, “El Chacal”, vuelve a escena. Había traicionado al país firmando el «Pacto de la Embajada» con los Estados Unidos. Gustavo será torturado y asesinado y, días más tarde, Francisco correrá la misma suerte. Mientras tanto, el poder, cambiaba de manos. El golpe y la traición habían triunfado: Huerta sería el nuevo presidente.