PARA ASALTAR LOS CIELOS

  • La Batalla de Stalingrado |

Las tropas nazis aguardaban a las puertas de la ciudad. Tras el fracaso de la Operación Barbarroja, Hitler ordenaba una ofensiva a gran escala buscando destruir al Ejército Rojo, dividir a la URSS desde el sur, bloquear la principal vía fluvial y capturar los campos petrolíferos. De este modo, la Operación Blau estaba en marcha. Durante la primera fase, se evidenciaría un contundente avance de las tropas nazis, lo que instaría a Hitler a sumar a la ciudad de Stalingrado como objetivo. El 23 de agosto, ordenaría que 600 aviones la sobrevolaran y las primeras bombas caerían desde los cielos. Para el día siguiente, los tanques ingresaban para sitiar la zona. Era el inicio de una batalla clave. Stalin, por su parte, enviaba una orden de defender la ciudad «hasta el último hombre».

En poco tiempo, los alemanes cortaban las comunicaciones con el centro de la ciudad y se acercan a las zonas más pobladas. La resistencia soviética parecía solamente lograr retrasar al enemigo y desde los altos mandos nazis auguraban que el avance continuaría hasta lograr tomar todo. En poco tiempo, la ciudad se reducía a escombros y la guerra se extendía por todos los barrios. Un tipo de combate de guerrilla que el invasor nunca había pretendido. De todos modos, los soviéticos parecían no tener más que lo justo y Hitler daba la orden de acelerar. Pero no todo era lo que parecía: para ese entonces, el Ejército Rojo avanzaba desde el sur para desplegar un ataque sorpresa.

Cuando llegó el contragolpe, la presagiada victoria se transformó en catástrofe. El ejército nazi recibió una embestida que obligó a Hitler a distribuir sus tropas por el noroeste y sur. El plan soviético de reagrupar las fuerzas para contraatacar mientras mantenían viva la batalla había sido un golpe de muerte. Para diciembre, los nazis quedaban cercados, con sus debilidades expuestas y sin posibilidad de recibir apoyo. Poco a poco, los invasores y sus aliados serían corridos de la zona hacia el oeste mientras, conforme pasaban los días, veían cómo se acababan los víveres y las municiones.

Hasta que, finalmente, llegó el invierno. El frío dejaría a los nazis, ya abatidos, librados a su suerte entre el hambre y la enfermedad. Desde Alemania, Hitler insistiría en continuar la batalla pese a las advertencias e ignoraría todos los pedidos de sus oficiales para firmar la rendición. A los comandantes que se lo sugerían los instaba a que antes se suicidaran. El 30 de enero, las tropas soviéticas entran en la Plaza Roja, pleno centro de Stalingrado. Era el principio del fin de la batalla más grande de la Segunda Guerra Mundial, del sueño nazi de «asaltar los cielos». Las ruinas escondían muertos por miles mientras algunos soldados alemanes continuaron deambulando por las calles por no querer acatar una rendición ya firmada contra la voluntad de su líder. Para la derrota final aún faltaban 6 meses. Pese a todo, Hitler todavía soñaba con tomar las frías tierras soviéticas.