A LOS POBRES LES DEJABA DE NOCHE LA PUERTA ABIERTA

Por Facundo Sinatra Soukoyan |

El 4 de agosto panaderos y panaderas celebran su día. Una historia que comienza con la creación de las primeras Sociedades de Resistencia (hoy sindicatos). En Salta, sobresale la figura del panadero Juan Riera quien, siguiendo aquel legado, hizo del oficio un símbolo de resistencia.

La historia del pan no tiene un comienzo específico que se pueda precisar. Lo que sí se sabe es que, desde hace miles de años, diferentes civilizaciones comenzaron a moler granos y mezclarlos con agua generando los primeros registros del pan tal como se lo conoce.

En sociedades con hegemonía judeo-cristiana como la nuestra, el pan tiene aún más centralidad, ya que forma parte de la liturgia bíblica: “el discurso del pan de vida” o “la multiplicación de los panes”, entre otras.

Sin embargo, el pan también es sinónimo de pueblo, de encuentro, de compartir, de ofrendar y, por qué no, de aquel por el cual luchar. “La conquista del pan” será un libro fundamental del teórico anarquista Pedro Kropotkin, quien, en su publicación de 1892, ponía al pan como centro de la escena en la disputa por una nueva sociedad.

PANADEROS ORGANIZADOS EN ARGENTINA

Las oleadas inmigratorias que, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, comenzaron a arribar con intensidad a nuestro país serán las que traerán consigo las primeras ideas sobre el movimiento anarquista a estas tierras.

Ettore Mattei se encontraba en Argentina desde 1880 y Errico Malatesta arribó hacia 1885. Ambos coincidieron poco tiempo en el país, pero les bastó para dejar una gran huella de agitación en la organización de los trabajadores. Los dos de origen italiano, son reconocidos como símbolos del movimiento ácrata.

En 1887, se crea la llamada “Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos”, conocida luego como Sindicato de Panaderos. Editaron un periódico, El Obrero Panadero, y lograron que el oficio fuera uno de los primeros en generar este tipo de organización social. Más adelante en el tiempo, la fecha de conmemoración para el oficio quedará fijada el 4 de agosto.

Augusta Caballeroni y Juan Riera

DON JUAN RIERA

Alrededor de 1910 desembarca proveniente de España Juan Riera. Poco tiempo después, a sus 14 años, se traslada a la provincia de Tucumán donde comienza a trabajar como vendedor ambulante de masitas y algunos derivados de la pastelería, oficio aprendido en su tierra natal.

Una oportunidad de trabajo en el Ferrocarril Transandino Salta-Antofagasta, conocido también como Huaytiquina, predecesor del Tren a las Nubes, lo tentó para mudarse más al norte.

Posiblemente en aquel trabajo, que reclutó numerosos inmigrantes recién arribados, conoció y abrazó las ideas del anarquismo. Rápidamente, se convirtió en un propagador de la idea, lo cual le costó varias persecuciones políticas a lo largo de su vida.

Ya en la ciudad de Salta, junto a su compañera Augusta Caballerone, tuvieron que escapar en reiteradas oportunidades. Quizás la más paradigmática será la salida de la familia hacia el norte provincial, donde Juan continua hasta Bolivia, y Augusta, cursando un embarazo, tiene a su hijo Ermes a mitad del trayecto.

Aída es hija de Ermes y así recuerda: “Mi abuelo era anarquista. A él lo persiguieron mucho por sus ideas. Tal es así que mi papá (Ermes) nació en Tartagal porque se tuvieron que escapar en la época de Uriburu. Mi abuela se quedó en lo de una amiga que vivía en Campamento Vespucio y es por eso que mi papá nació en Tartagal”.

La nieta de Juan Riera evoca desde la mítica panadería familiar, hoy ubicada en la calle Independencia de la capital salteña, recuerdos y memorias de su abuelo y de la familia: “Mi abuelo era pastelero, el oficio de panadero lo aprendió después. Hacía productos de pastelería y los salía a vender con sus hijos en canastos como vendedor ambulante. Eso fue lo primero que hizo.

Iba a la procesión del Milagro, a las canchas, a las plazas, ahí vendía masitas. Las preparaba en la casa y salía con sus hijos: Ermes, Floreal y Hugo. Por ejemplo, Ermes no sabía sumar, entonces le decía que venda de a 5 para que le resulte más fácil la cuenta”.

El recuerdo se hace rápidamente extensivo a la abuela Augusta, compañera de vida de don Juan, con quien tuvieron 10 hijos, “Augusta era mi abuela. Se conocieron acá, en Salta. Ella era hija de italianos. Una persona muy compañera”.

JUAN PANADERO

La panadería de Juan Riera tuvo varias locaciones. Todo comenzó en la calle Pellegrini 515, pasando por Lerma 830 hasta la actual dirección, que mantiene desde el año 1964, en Independencia 885.

La historia se traslada tiempo atrás y Aída relata: “A la vuelta de la ‘casa y despacho de pan’ de la calle Pellegrini, en el pasaje Sargento Cabral, vivía el poeta (Manuel José) Castilla. De ahí se conocían con mi abuelo. Se reunían en nuestra casa, eran muy amigos. Mi abuelo tenía mucho conocimiento de cultura en general, de arte. Mucha gente, muchos amigos transitaban por allí. Y es cierto eso que dicen que nunca se le negó un pedazo de pan a nadie”.

Don Juan Riera quedará inmortalizado en diferentes romances y poesías que sus amigos y compañeros de ideas le dedicaban a su solidaridad de brazos y puertas abiertas.

Ermes Riera en el centro, Manuel Castilla a su lado y Celso Saluzzi con el bandoneón

Una de las más conocida es la poesía escrita por su amigo el poeta Manuel Castilla, que boceteó unas estrofas y se las entregó a Gustavo “Cuchi” Leguizamón para su musicalización, así nació una canción de referencia para el folclore nacional: “Zamba de Juan Panadero”.

Un fragmento dice así:

Qué lindo que yo me acuerde
de don Juan Riera cantando
que así le gustaba al hombre
lo nombren de vez en cuando.

Panadero don Juan Riera
con el lucero amasaba
y daba esa flor del trigo
como quien entrega el alma.

Cómo le iban a robar
ni queriendo a don Juan Riera
si a los pobres les dejaba
de noche la puerta abierta.

Esta anécdota trascenderá, mostrando de cuerpo y pensamiento al panadero Riera. Su nieta Aída cuenta al respecto: “Es cierto que mi abuelo dejaba la puerta abierta. Eran esas casas de antes que tenían una puerta que daba a la calle, un zaguán y otra puerta. Entonces él dejaba abierta la puerta para que nadie durmiera a la intemperie. Castilla lo conocía muy bien a mi abuelo y por eso escribió esto”.

EL LEGADO PANADERO

Floreal Riera de celeste, abajo su hermano Ermes y, más arriba, amigos de Floreal. Panaderáa de la calle Independencia

Aída rememora desde la panadería lo vivido junto a sus abuelos, su padre y sus tíos. Hoy ya alejada del rubro, con el fin de darle lugar a las nuevas generaciones, no deja de emocionarse: “Los recuerdos de mi abuelo son muy lindos. Andábamos con mis primos jugando siempre. Él nos hacía jugar en el patio. Acá en la calle Independencia, ya de grande, se sentaba a leer al sol. Nosotros lo rodeábamos y él nos decía «niños, niños», era una gracia para nosotros porque nunca perdió su tono, su acento español”.

El recuerdo también se liga con las persecuciones por ideas políticas, una constante en la vida familiar. Cuenta Aída Riera que “a mi abuelo lo llevaron varias veces a la central de Policía. Seguramente por sus ideas. Ermes, mi padre, recordaba mucho estos eventos”.

El doloroso relato continua: “Mi tío Floreal siguió con las mismas ideas que el abuelo Juan. Él tenía su grupo. Floreal era una persona muy buena, una persona generosa y amable. Tocaba la guitarra y era naturista, algo llamativo para la época. Jugaba con nosotros y era mi compañero en el despacho de pan. En la época del proceso militar, la familia la vivió muy fea. Ya había sucedido con mi abuelo en vida que se habían llevado a sus hijos Floreal y Juan José, pero a los pocos meses de fallecido el abuelo, en el año 76, se llevaron nuevamente a Floreal. Cuando entraron a mi casa los militares tiraron los libros, destruyeron las bibliotecas, una locura. Estuvo varios meses detenido y lo salvó la intermediación de monseñor Pérez”.

Sin embargo, el tío Floreal ya no será el mismo: “Él nunca quiso hablar. Yo lo acompañaba a mi papá a verlo. Entiendo que lo pasó muy mal. Nos amenazaban por teléfono, nos tuvimos que esconder. Es muy feo todo lo que sucedió”, rememora Aída.

Floreal quedó gravemente afectado psicológicamente y falleció años después de aquellos oscuros días de detención. Su hermano Ermes, mientras continuaba con la panadería, lo acompañó en aquellos difíciles tiempos de recuperación hasta su muerte.

Ermes a la izquierda, Floreal con gorro de panadero y Ana Moreira y Marina Rivero, empleadas de la panadería

ERMES RIERA, CONTINUADOR DEL LEGADO

Don Ermes Riera será quien tome la iniciativa de rescatar la memoria familiar, editando el libro “Juan panadero, antes y después”, anécdotas para “gozar del encanto y bucear en el mar de la vida de ‘el panadero’, vida iluminada por la fuerza incontenible del verso transgresor”, tal como relata su prólogo.

También será quien, de alguna forma, reciba el legado panadero y comercial dejado por su padre, y que ya desde pequeño ejercía cuando vendía masitas en la calle junto a sus hermanos.

Hoy, en la misma locación elegida por Ermes, nietos y bisnietos sostienen la tradición familiar panadera que va camino a los 100 años.

Cuenta Aída Riera: “Para mí dejar la panadería fue muy difícil. De alguna forma le pedí permiso y perdón a mi padre que ya no está. Creo que él, sabiendo que había otros de la familia que venían atrás, que esto sigue, está feliz. Mis sobrinos, las generaciones que nos van sucediendo, nunca dejaron que la panadería caiga”.

Así como Ermes llevaba a sus cinco hijos a la panadería, hoy se pueden ver familiares a uno y otro lado del comercio. En el mostrador, en la cuadra horneando o en los grandes mesones amasando para el día siguiente.

“La panadería para mí es como una catedral. Son muchos los recuerdos. Llevar el apellido Riera en Salta es un honor, pero sobre todo lo hacemos con mucho respeto y responsabilidad”, afirma Aída.

Así como aquellos primeros panaderos fundaron hace más de 130 años las pioneras agrupaciones de trabajadores de su rama, Juan Riera en Salta continuó con el legado relacionado a la transformación de la harina en alimento, convirtiéndolo también en un acto concreto de solidaridad.

Se aproxima el 4 de agosto, una nueva celebración panadera. Es preciso recordar las fuentes, los principios, la génesis, así como también es necesario recordar sus historias.

Juan Riera trascendió gracias a la poética de sus compadres, pero en su historia se pueden ver reflejados los rostros anónimos de tantos y tantas que en este mismo momento se encuentran amasando el pan para el mañana.