OLVÍDALOS Y VOLVERÁN POR MÁS

  • El Argentinazo |

Y un día el pueblo, el genuino, el de todos los rincones del país, dijo basta y se levantó. Tal y como nacen las insurrecciones, aquel día reinó la espontaneidad, y la dignidad emergió desde el seno de la angustia y la necesidad. El deseo de arrasar con todo para cambiarlo de una vez y para siempre. Lejos de las directivas o de las banderas partidarias, Argentina brotó desde todas sus venas inundando las calles de bronca para «que se vayan todos», para que la prensa basura se tragara sus palabras oportunistas luego de una vida callando verdades, para que nadie alzara la voz más alto que quienes ahora tenían el turno de hablar. Para que, esta vez, «no quede ni uno solo».

Era el 20 de diciembre de 2001 y el presidente Fernando de la Rúa, el supuesto representante del país elegido por las mayorías, se subía a un helicóptero y se escapaba desde el techo de la Casa de Gobierno sin dar la cara. Se iba cual rata por tirante, huyendo y dando la espalda a la sociedad tal y como lo hicieron todos los presidentes cada vez que los militares arrasaron con la democracia para dar un golpe. Pero De la Rúa no se iría solo. Luego de vaciar el país y hacer pagar al pueblo las miserias de un proyecto orquestado, ordenó comenzar con una de las tantas páginas de la vergüenza argentina. Una más. Porque el sistema no se puede romper ni va a ceder gratuitamente. Y, si tiene que adaptarse, será pisando firme y fuertemente con la suela de sus botas.

A la vista de los medios y sus cámaras, sin tapujos ni cuidado alguno, las fuerzas represivas de uniforme y de civil salieron a las calles a llevarse todo por delante. Entre el 19 y el 20, 39 personas fueron asesinadas, entre ellas 7 adolescentes. A la dignidad del pueblo, el poder ofrecía su menú de siempre: balas, palazos e ilegalidad con aquiescencia oficial. A la valentía obligada de quienes ya no tenían nada que perder, quienes se movían a fuerza de hambre y desesperación, la democracia le devolvía con plomo, sangre y muertos. Eran los mercenarios de siempre defendiendo a quienes nunca dan la cara. Un sádico mecanismo que se repite década a década.

Por unos instantes que hicieron historia, se hizo valer el derecho a hacerse escuchar. Se llenaron las calles de barricadas, volaron las piedras y la gente se juntó en la lucha. Asambleas, ejercicios colectivos y nuestras Madres de Plaza de Mayo al frente, una vez más, poniendo la cara. Pasaron muchos años de aquellos días, y muchas cosas parecieran que se las llevó el viento. El sistema se acomodó. Olvidamos y los mismos nombres de ayer volvieron por más. Un ejemplo de la importancia de la lucha y la memoria. Pero también, un ejemplo vivo de lo que es capaz el pueblo unido, de lo que podemos lograr si nos proponemos cambiar las cosas de una vez y para siempre.