
- EZLN |
Seis personas, al costado de la ruta, observan el coche que comienza a perderse siguiendo el asfalto. A su lado, se alzan las sierras, casi chocando el cielo, enormes y tupidas, mientras el sonido del motor se apaga en la distancia. Levantan sus mochilas, las suben al hombro y alguien da el primer paso. El resto sigue detrás. Son cinco hombres y una mujer, «tres mestizos y tres indígenas», dirán las memorias. Aquel noviembre de 1983, comenzarían a escribir una historia para la que hacía tiempo se venían preparando. Tendrían por delante largas horas de caminata por entre la vegetación de la Selva Lacandona, en Chiapas, allí donde la frontera empieza a perderse en el olvido de un México profundo.
Ese primer día, tras atravesar kilómetros de selva, cuando el poco sol que se filtraba entre las nubes empezaba a desaparecer, decidieron buscar dónde acampar. Finalmente, se instalaron sobre un espacio que resultó ser un incómodo pantano. Con lámparas de mano e iluminándose bajo enormes árboles, se dispusieron a improvisar un techo de plástico. Armaron hamacas y buscaron leña seca para pasar la noche entre el frío y una lluvia que no tenía fin. El lugar elegido no parecía ser el mejor, por eso, decidieron nombrar al campamento como «La pesadilla». Tras encender un fuego, realizaron la primera anotación en el diario: “17 de noviembre de 1983. Lluvioso. Montamos campamento. Sin novedad”. No habrá mucho más, tampoco grandes ceremonias. Sin embargo, ese primer día, se fundaba el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Con el tiempo, al primer campamento le siguieron más. A las primeras seis personas, se les sumaron otras. Con las tácticas y la organización llegaron también los primeros encuentros con los pueblos de la zona y, no mucho después, su presencia en la selva pasó de ser un secreto de pocos a un rumor de muchos. Para ese entonces, el EZLN ya había cambiado sus formas varias veces. Las experiencias y el aprendizaje establecieron pautas distintas a las que traían consigo de los manuales y de sus teorías herméticas. Así, quienes se iban sumando provenientes de las comunidades chiapanecas obligaban a replantear el eje rígido del pensamiento inicial, llamando al grupo a horizontalizar la mirada y a reconfigurar sus métodos.
Ya no habrá arriba ni abajo y se mandará obedeciendo. Se baja y no se sube, se propone y no se impone. Para todos, todo. Solo en el andar se irá dando forma a la fusión de la mixtura de ideas que nacían de cada pueblo, de cada grupo, para moldear así las maneras de pensarse en y con el territorio. Diez años después, a contramano de quienes decían comprender la historia y entender que las luchas populares ya eran cosa del pasado, en pleno auge de un neoliberalismo que arrasaba con todo, el EZLN salía a la luz. Los pueblos humillados, arrojados del mapa y condenados al ostracismo ahora tenían su voz. Se conocería su identidad. Y, para quienes vivían de su muerte y su explotación, la pesadilla, poco a poco, se convertía en realidad.