Por Laura Martínez Gimeno |
«Crear una Alemania en la que la cultura estuviese por encima de todo y en que la cultura alemana fuese un modelo en el mundo».
(Spotts: 2001: 56)
El objetivo principal del buen arte consistía en la reivindicación de la verdadera identidad alemana. El propósito del arte adecuado radicaba en el refinamiento -depuración- y unificación -purga- de una nueva y aún más poderosa Alemania. Y la finalidad óptima del arte respetable culminaría con la educación de un pueblo desesperado por medio de un lenguaje pictórico que pudieran interpretar y comprender. En consecuencia, a los artistas solo les era permitido imaginar y concebir un tipo de arte posible; el arte nacionalsocialista, también conocido como arte del Tercer Reich o Artige Kunst.
Ninguna otra clase de invención creativa sería aceptada. O mejor dicho, ningún otro sueño artístico -y por ende, ideológico- estaría permitido en el inédito proyecto en el que iba a convertirse la sociedad europea de mediados de los años treinta. El mundo estaba por descubrir la terrible escenificación del verdadero arte. Un arte de la guerra para el cual la maldad, la tristeza, la crueldad y la iniquidad estuvieron preparadas, mas no la inocencia, el conocimiento, el respeto, el progreso y la humanidad. Por ello, todas y cada una de las últimas cualidades nombradas debieron dejar de existir. Cesaron para la ovación de unos pocos y también para el inmerecido sufrimiento de miles de almas.
Opino que el auténtico arte muere cuando es abusado como arma política de destrucción masiva.
1.1 El arte serio del Partido Nacionalsocialista
Las líneas temáticas del arte nacionalsocialista imitan la estética clásica grecorromana, puesto que Adolf Hitler defendió en incontables ocasiones que dichas obras no poseían contaminación judía alguna. La pureza e integridad antisemita fue una de las grandes obsesiones del pensamiento nazi. El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán anhelaba el establecimiento de una comunidad que obedeciera y castigara los principios fundamentales del nuevo régimen. Semejante doctrina abrazaba como crucial compromiso la exaltación del pasado histórico alemán. Es decir, exigía la perpetua defensa de los orígenes étnicos, prosperidad socioeconómica y cultural de la civilización alemana.
El convencional arte del momento se encargó de definir y ensalzar cuerpos sanos y vigorosos y mentes perfectas basadas en el ideal político de la extrema derecha. La fantasía nazi plasmó e inculcó la sesgada noción de masculinidad y feminidad apropiadas para hombres y mujeres. Las pinturas se centraron en reflejar el heroísmo, sacrificio y nobleza del soldado alemán, además de revestir la lucha y la muerte de un realismo romántico tenazmente perjudicial para una juventud que estaba siendo aleccionada. Y es que, tal y como ha sido indicado con anterioridad, las obras artísticas del Tercer Reich sirvieron como propaganda del pensamiento nacionalsocialista, manipulando y adoctrinando al pueblo de la época mediante el pretexto de la urgente necesidad educativa.
Uno de los temas dominantes fueron la naturaleza y, en concreto, la representación de la humilde vida rural. La sencilla y apocada existencia del campesinado era una de las imágenes predilectas por el espectador. Tales pinturas muestran nostálgicas escenas que enaltecen la simplicidad, modestia e insignificancia de sus protagonistas. Las actividades recreadas por los personajes centrales evocan a un pasado no muy lejano que enternece con su ausencia y añoranza. El agricultor arando o la campesina sembrando pretenden rememorar tiempos mejores, más virtuosos y honrados.
Una segunda línea temática estrechamente ligada a la anterior es la de la familia aria. Los artistas determinaron con sus pinturas el eterno idilio de familias campesinas que cohabitan en mitad de los bosques, en pequeños pueblos o entre montañas, protegidas de los vicios, amenazas, corrupciones y crímenes propios de las grandes ciudades.
Por otro lado, la insurgente ideología del Partido Nazi se esforzó en delimitar y solemnizar -empleando la maquinaria del arte- el estereotipado concepto del hombre alemán. El protagonista debe expresar en actitud y acción el perfecto héroe de guerra. Dicho modelo pictórico simula la masculinidad que debía ambicionar una mitad de la humanidad. Las ilustraciones y los comportamientos bélicos inflamaban el orgullo y espíritu nazi, ya que glorifican la muerte en batalla como uno de los más bellos sacrificios que el genuino hombre ario era capaz de cometer. Por lo tanto, la descrita escena es el símil de la máxima expresión de la belleza moral y rectitud espiritual.
«Docenas de millones ha recorrido la exposición de “Arte Degenerado” y entrado a continuación en las espaciosas salas de la Casa del Arte Alemán con el corazón inflamado y una sensación de auténtica felicidad porque sabían que después de muchos años de humillante derrota el arte alemán ha vuelto a encontrarse a sí mismo». (Adam: 1992: 114).
En comparación a la inmejorable noción del glorioso líder alemán, las mujeres de principios del siglo XX también se hallaron inmensamente estereotipadas. El movimiento artístico nacionalsocialista pretendía inventar una filosofía de vida a través de sus producciones pictóricas. Una teoría ideológica basada en la doctrina de una nueva sociedad de raza aria que destacaba por su superioridad física, moral, intelectual y generacional. Por consiguiente, el arte debía cristalizar con sus modelos y formas las más sublimes figuras de la pareja alemana.
La visión androcéntrica de la feminidad preservaría que la función natural y prioritaria de la mujer válida se demostraba representando los papeles de madre y esposa del núcleo familiar. Una vez más la sociedad se inclina por el nocivo arquetipo del ángel del hogar. Desde los orígenes del arte documentado, éste se ha decantado por plasmar a buena parte de las mujeres como ángeles mortales, frágiles e indefensos, cuya sola ocupación estriba en educar a los hijos y atender las necesidades y caprichos del marido. Así pues, el símbolo figurativo de relevancia social eran los retratos de madre e hijo imitando la tradicional pose y cristiana imagen de la Virgen María y el Niño.
«La mujer tiene un campo de batalla propio. Cada vez que trae un hijo al mundo libra una batalla por la nación. Así como el hombre combate por el Volk -pueblo-, la mujer combate por la familia». (Hitler: 1935 ― Discurso ante el Congreso de Mujeres Nacionalsocialistas).
La mujer fue nuevamente sexualizada y cosificada en la esfera artística, debido a que los artistas del régimen nazi anhelaban enardecer el mensaje de la función reproductiva femenina. Motivo por el cual la salubridad, lozanía, hermosura y fertilidad se demostraban por medio de gráciles desnudos jóvenes de mujeres altas, rubias y de ojos azules. La pubertad y fecundidad femenina se evidenciaba en escenas bucólicas e idílicas protagonizadas por hermosas muchachas y mujeres que irradiaran una gran fortaleza vital. De esta manera el arte del Partido Nacionalsocialista comunicó a los hombres el tipo de mujer que debían desear. Y a las mujeres, la clase de objeto en el que no tardarían en convertirse.
En contraposición, el segundo modelo que completaba la feminidad era el de madre. Las pinturas expuestas a continuación encumbran la lozanía de la mujer en su más tierna juventud haciendo de su cuerpo y su sexualidad la codiciada recompensa del hombre alemán. Las muchachas alemanas se exhiben sensuales ante la atenta y acechante mirada masculina, puesto que anhelan ser conquistadas y poseías, mientras que las esposas y madres han perdido todo su candor, encanto y fascinación sexual. Como se ha expresado en párrafos anteriores, el cometido primordial de la mujer alemana era parir para dedicarse a la crianza y a hacer del hogar el perfecto santuario familiar. Por esta razón, cuando semejante propósito ha sido sellado, el erotismo y la voluptuosidad de las mujeres pierde todo su valor. Tras haber sido capturadas y adoctrinadas, se transformaron en los descorazonados peones de la Alemania nazi.
En otro orden de cosas, predominaron los retratos de Hitler y el Partido Nazi. Tales pinturas centran su atención en presentar a un ceremonioso e imponente líder de estado. Los artistas del momento pintaron a Adolf Hitler como héroe medieval, monarca europeo y prototipo renacentista. Además, en algunas descripciones pictóricas nos encontramos con la figura de un ser autócrata superior, desafiante y celestial. Las escenas manifiestan la obsesiva creencia de la supremacía y divinidad del Partido Nacionalsocialista, situando a las fuerzas militares, al nido de nobles y al pueblo bajo su dominio y control.
Por último, la propaganda ideológica fue un enorme reclamo para el mundo artístico. Las producciones estaban sometidas a las convicciones políticas del nuevo sistema de gobierno y apoyaron y difundieron sus dolorosos y destructivos dogmas con la elaboración de inéditas representaciones antisemitas. El fervoroso odio hacia todo aquello que fuese mínimamente judío recorrió las calles de Europa despertando la violencia y la animadversión de sus ciudadanos. Hitler y sus adeptos argumentaban que la pintura debía ser un reflejo de las aspiraciones e intenciones sociales y que las demás creaciones eran obscenas, improcedentes y enfermizas. En definitiva, el objetivo del arte como arma política fue la devastación y la movilización de las masas.
1.2 La locura espiritual del Arte Degenerado
«Las sociedades eran organismos vivos, sujetas al proceso ordinario humano de nacimiento, desarrollo, decadencia y muerte. De igual manera, la pintura degenerada era producto de pintores degenerados biológicamente, que sufrían de, entre otras aflicciones, debilitación cerebral y trastornos del sistema nervioso y de la retina». (Degeneración: 1892: 51).
Los dirigentes de la Cámara de Cultura del Reich y los mandatarios de la Casa del Arte Alemán llamaron arte degenerado a toda creación pictórica, escultórica, arquitectónica o literaria que fuera en contra de los principios fundamentales políticos e ideológicos que amparaba el Partido Nacionalsocialista. La inventiva que éstos últimos defendían debía estar inspirada por los antiguos clásicos de Grecia y Roma, además de personificar los canónicos modelos del periodo del Renacimiento y juzgar el movimiento artístico de la nueva Alemania bajo el prisma de la objetividad y el profundo sentimiento de pertenencia colectiva.
Por consiguiente; la libertad de expresión y las inéditas técnicas y formas de engendrar arte fueron prohibidas. Quedó instaurado el reino de la autocrática censura. El ingenio se convirtió en el nuevo crimen capital por excelencia. El pensamiento individual de los artistas debió sublimarse a los ideales del nazismo. La voz propia perdió todo su valor. La originalidad era castigada con terroríficas multas y penas de cárcel. La genialidad debió exiliarse a otros lugares para poder existir. La murmuración era sinónimo de calumnia y, por ende, ningún ser humano se hallaba a salvo de sus vecinos, amigos y enemigos. El arte optó por imitar las formas de otros tiempos tolerados. La crítica de arte sucumbió al régimen, pues sin conversación, sin luz en las ideas, sin entendimiento y expectativa no puede haber crítica. El monólogo interior quedó atrapado dentro de la piel. La singularidad era insultante. Lo diferente debía ser erradicado. Nada ni nadie podía superar en nobleza y potencia al Partido Nacionalsocialista. Todo debía ser lo mismo. Y todo debía ser escudriñado y despedazado para permanecer bajo el control del Führer.
La subjetividad fue la primera bala en ser disparada.
El arte degenerado es -por forzosa definición- aquel motivado por la subjetividad. Esta clase de arte empírico, experimental e innovador instaba a la provocación del pensamiento, a la singularidad y a la ejecución de actos revolucionarios. Tal ingenio era considerado nocivo para el ser humano, ya que pretendía encarnar el deseo individual. En consecuencia, todo sueño, fantasía e inspiración que hubiera sido imaginada como antítesis a la creación tradicional sería expoliada. Es decir, usurpada y ridiculizada, para posteriormente ser subastada, incinerada y, por lo tanto, aniquilada.
«Creaciones artísticas que atentaban contra el sentimiento alemán, un arte que no se podía entender, “deforme de la locura”, la vulgaridad y la falta de talento». (Adam: 1992: 123).
«Los perpetradores del modernismo eran criminales del mundo de la cultura, destructores de nuestro arte, imbéciles degenerados que se merecían ir a prisión o ser encerrados en manicomios». (Spotts: 2011: 53).
Los movimientos artísticos como el dadaísmo, el impresionismo, el expresionismo, el cubismo y la nueva objetividad fueron terminantemente prohibidos, perseguidos y exterminados, puesto que representaban los primeros síntomas patológicos de enfermedades mentales. La preocupación del régimen nazi por la infección de las artes y la más reciente inestabilidad artística de las nombradas tendencias sugería una futura locura espiritual incentivada mediante una primera plaga moral. El dictador Adolf Hitler y sus simpatizantes puntualizaron en varios discursos que el arte degenerado era producto de mentes dañadas y cuerpos deformes, cuya resquebrajada y distorsionada visión poseía la determinación de corromper los ideales de la imperante sociedad aria. Mas la filosofía nacionalsocialista concluyó semejante ostentación de poder precisando que la nueva objetividad estaba por esencia vinculada con el pueblo judío.
El arte fue otra excusa más para el antisemitismo del terrorismo nazi -tan dolorosamente característico- del Tercer Reich.
El desbocado odio hacia la memoria del pueblo judío, la obstinación por la resurrección de la identidad y dominio de la nación alemana y el estoico fanatismo de los ideales nazis fueron algunas de las causas que impulsaron el saqueo de miles de obras de arte a manos del ejército gobernado por Adolf Hitler. El vehemente deseo por arrasar, destruir y masacrar todo cuanto no fuera alemán suponía provocar el olvido cultural del resto de civilizaciones. Denegar y arrebatar el progreso histórico por medio del exterminio de la memoria.
Uno de los sucesos históricos más importantes ocurrió en el año 1933, pues fue creada la Cámara de Cultura del Reich. Este nuevo organismo debía inspeccionar y dirigir la producción, distribución y consumo artístico y cultural de la nación. Su política estableció la normativa de que la totalidad de los artistas del momento estaban obligados a afiliarse a dicha Cámara y, por lo tanto, a obedecer y difundir el pensamiento nacionalsocialista alemán. Tal decisión poseía la intrínseca pretensión de que todos los pintores, escultores, arquitectos y escritores originarían arte coaccionados por los principios fundamentales del proyecto nazi. Cualquier comportamiento o muestra de resistencia era contemplado como un acto revolucionario que los sentenciaba a ser perseguidos, multados, extraditados a campos de concentración o a ser asesinados. Por otra parte, el 18 de Julio de 1937 fue inaugurada la Casa del Arte Alemán –Haus der Deutschen Kunst-, un museo de apariencia grecorromana en el que únicamente se exhibieron obras de arte serio, tradicional, respetable, clásico, social y adecuado. No obstante, se celebraron exposiciones comparativas entre producciones de arte nacionalsocialista y obras de arte degenerado con la finalidad de exaltar los ideales nazis del Partido y humillar y desprestigiar la inventiva de la Nueva Objetividad modernista.
El Partido Nacionalsocialista estableció la purificación de Alemania -Säuberung- con la intención de erradicar la epidemia producida por la degeneración biológica demostrada por numerosos y absolutamente sobresalientes artistas como Max Beckmann (1884-1950), Otto Dix (1891-1969), Emil Nolde (1867-1956), Ernst Barlach (1870-1938), Vasili Kandinski (1866-1944), Vincent van Gogh (1853-1890), George Grosz (1893-1959), Ludwig Kirchner (1880-1938) o March Chagall (1887-1985), entre miles de otros. La misión nazi era pulverizar la industria de los pintores judíos y modernistas.
A modo de conclusión, quisiera mencionar otras fechas y acontecimientos que considero de enorme relevancia para el desarrollo del presente ensayo. En primer lugar, el 7 de abril de 1933 se aprobó la Ley para la Restitución del Funcionariado, la cual expresa el necesario despido de los opositores, presidentes, profesores y catedráticos judíos de las academias e instituciones artísticas. Además, el 10 de mayo de ese mismo año se ofició la quema y purga de libros que fueran en contra de los ideales del Partido Nazi. Finalmente, en el año 1936 fue abolida la crítica artística. Y pocos meses después triunfó la censura y el saqueo nacionalsocialista sobre el arte de vanguardias.
Ardieron «sinagogas, propiedades judías durante la Kristallnacht -Noche de los cristales rotos (1938)-, la incineración de unas seiscientas obras de arte prohibidas en las vísperas de la guerra y, eventualmente, la cremación de seres humanos» (Spotts: 2011: 150).
Por último, ¿qué implica el exterminio de la memoria cultural de un pueblo? Implica su invalidación como sociedad. Suprimir y detener el prometedor progreso de una civilización. Destruir lo que los individualiza y caracteriza. Destituirlos de su identidad. Arrebatar el prestigio y las múltiples victorias ganadas por el arte y otros descubrimientos científicos y tecnológicos. Negar el derecho a la vida. Suprimir la legitimidad del recuerdo; la desestimación a ser rememorados por generaciones venideras y por pueblos que habrían estado destinados a encontrarse. Condenar a millones de almas al olvido. El exterminio de la memoria cultural implica ni tan siquiera poder abrazarse al abandono de la personalidad y pérdida de la autonomía. El único estado posible fue el de una permanente inexistencia pasada, presente y futura. Un pueblo sin memoria es un pueblo masacrado por la quietud, el silencio y la Nada.
En 1907 Adolf Hitler pisa por primera vez Viena, capital artística de Europa. El mayor sueño del que sería el más despiadado dictador de la historia moderna era ser pintor. En 1908 realizó por segunda vez el examen de ingreso a la Academia de Bellas Artes. En sendas ocasiones fue rechazado. Y en sendas ocasiones, su plaza fue concedida al sobresaliente ingenio de dos estudiantes de arte judíos.
«Estaba convencido de que aprobar el examen sería un juego de niños… estaba tan convencido de que aprobaría que cuando recibí el suspenso fue como si cayera sobre mí un rayo del cielo» -escribiría el futuro Führer en su diario.
Bibliografía:
- Guanche Castellano, Ayarit, 2019, Los caprichos de Hitler: Arte nacionalsocialista vs arte degenerado. Saqueo y coleccionismo, Universidad de La Laguna.
- Martorell Linares, Miguel, 2004, España y el expolio nazi de obras de arte, UNED.
- Piñel López, Rosa, 2016, Consecuencias de la Segunda Guerra Mundial para el arte alemán, Revista de Filología Románica (UCM).
- Mancebo Roca, Juan Agustín, 2006, Imágenes del poder. Arte, política y guerra durante el Tercer Reich, XVI Congreso Nacional de Historia del Arte.
- Sarriegui Sarriegui, Jone, 2009, El expolio nazi: un expolio con recambio, Universidad de Barcelona.