
- Ravachol |
Eran cerca de las 11:00 cuando un joven flaco y de aspecto descuidado entró al restaurante. Tras una rápida mirada, caminó hacia una mesa y aguardó a ser atendido. Cuando el camarero se acercó, recordó inmediatamente que ese joven ya había estado allí y que habían mantenido una extraña conversación. Luego de tomarle el pedido, mientras se retiraba, observó una cicatriz en su mano y se alejó intentando dilucidar por qué le parecía tan familiar. Para ese momento, la charla que tuvieron volvió a su mente. En aquella ocasión, el joven, suelto de lengua, le había hablado sobre anarquismo y contra el servicio militar. Un pensamiento llevó al otro y el camarero ató cabos: la herida, ideas anarquistas, antimilitarismo. Sin dudas, debía de ser el responsable de los atentados de los que tanto hablaba la prensa. Por eso, decidió advertir a la policía.
Cuando los uniformados lograron detenerlo, el joven dijo que su nombre era François Koënigstein, pero prefería el apellido de su madre, Ravachol. Con los medios volcados a la gran noticia, toda Francia quería saber quién era ese anarquista tan buscado. Nacido un 14 de octubre de 1859, desde muy temprana edad Ravachol había tenido que hacerse cargo de la economía de su casa. En granjas, talleres o minas, pasó su infancia inmerso en las explotaciones y humillaciones de sus patrones de turno. Cuando la situación ya no daba para más, decidió comenzar a robar para comer. Sacarles a los ricos, sostenía, «es un derecho de los pobres para librarse de vivir como bestias”. Tiempo después, falsificó dinero, profanó tumbas y se acercó a una forma de violencia cada vez más acentuada.
En julio de 1891, asesinó y robó a un hombre mayor para luego escapar hacia París donde realizó una serie de atentados. En poco tiempo, tres bombas explotaron luego de una fuerte represión policial en la que tres anarquistas habían sido torturados. Su objetivo, confesó, «era aterrorizar para obligar a la sociedad a mirar atentamente a aquellos que sufren». Tras ser llevado a juicio, Ravachol se declaró anarquista y comenzó su alegato afirmando que, si tomaba la palabra, no era para defenderse, ya que solo la sociedad es responsable de poner “a los hombres en lucha continua los unos contra los otros».
Allí dijo que sus actos no eran más que la consecuencia lógica de la lucha a la que se veía empujada mucha gente. Preguntó si acaso alguien se preocupaba por si quienes eran echados de sus trabajos se morían de hambre o si quienes tenían lo superfluo pensaban alguna vez que hay gente a la que faltan las cosas necesarias. Luego de un breve juicio, el 11 de julio de 1892, finalmente, era guillotinado. El tiempo generaría adeptos y disidentes: su individualismo y su violencia muchas veces injustificada no sería bien vista por gran parte del anarquismo. Pero habrá quienes seguirán sus pasos afirmando que, como decía Ravachol, el origen de los problemas son las «leyes que persiguen los efectos sin jamás tocar las causas».