
- Sobre la desparición de Azucena Villaflor por la dictadura |
Había llegado el día límite. Era el 8 de diciembre de 1977 y, esa mañana, Azucena se levantó bien temprano, hizo algunas tareas y salió. No mucho después, ya se encontraba junto a Nora Cortiñas para recorrer casa por casa. Si bien sabían que no era sencillo convencer a las madres que tenían familiares desaparecidos de que se sumaran a la solicitada, intentaron explicarles la importancia de que participaran para lograr romper el cerco mediático. Ese día, el calor no daba tregua sobre Buenos Aires y, a unos barrios de distancia, el dictador Videla presidía un acto dedicado a las «víctimas de la subversión». La prensa se reunía buscando la mejor foto y en las editoriales comenzaban a diagramar lo que serían las portadas del día siguiente.
Por la tarde, el trabajo estaba casi terminado. Habían logrado juntar más nombres y algo de dinero. Quienes pudieron, se reunieron para corroborar cada dato y asegurarse de que no hubiera errores. Mientras tanto, dos madres partían hacia la iglesia de la Santa Cruz a buscar la información que habían recolectado ahí. En ese mismo momento, un joven rubio que decía llamarse Gustavo Niño entraba a la iglesia y preguntaba por Azucena. Hacía tiempo participaba en el grupo con las madres y decía tener un hermano desaparecido. Pero ese día, tras enterarse de que Azucena no estaba allí, entregó los pocos pesos que dijo haber podido juntar para la solicitada y se retiró visiblemente enojado. Al salir se cruzaría con las dos madres que recién llegaban y, sin dejar de caminar, se disculparía argumentando que iba por más dinero.
A sus espaldas, un grupo armado se abrió camino a los golpes. Parecían saber perfectamente a quienes apuntar y, en segundos, golpearon y detuvieron a quienes trabajaban en la solicitada. El joven rubio, Alfredo Astiz, había hecho su trabajo. Ese día, 7 personas eran secuestradas en la iglesia y otras 3, que no asistieron ese día, corrían la misma suerte. Si bien la noticia llegaría a Azucena, por la mañana del día siguiente, se presentó en la puerta del diario junto a Nora y varias compañeras a dejar un texto con la información obtenida. Eran 804 nombres de 804 personas desaparecidas por la dictadura. Esa medianoche, como si hubieran logrado desafiar a la realidad, sería publicado.
La mañana de 10 de diciembre, Azucena salió de su casa. Pasó por el puesto de diarios e, intentando contener los nervios, tomó un ejemplar. Dirá un testigo que, minutos más tarde, se escucharon gritos en plena calle. Ahí, frente a él, su vecina estaba siendo golpeada y secuestrada en un Ford Falcon sin patente. Luego, sería trasladada a la ESMA para, finalmente, ser arrojada desde los vuelos de la muerte. Su cuerpo aparecería en la costa tiempo después y sería enterrado como NN en un cementerio. Hoy, Azucena descansa al pie de la Pirámide de Mayo, en el centro de la plaza. Allí, donde en los tiempos más difíciles, cuando todo estaba prohibido, decidió no quedarse callada e hizo historia.