
- La cacería al grupo de la Santa Cruz |
El joven atravesó la puerta de la iglesia de la Santa Cruz a paso tranquilo. Una vez en la calle, observó a su alrededor sabiendo que su trabajo ya estaba cumplido. La parte sucia, no era para él. No mucho tiempo atrás, se había presentado a las Madres que se reunían allí diciendo llamarse Gustavo Niño y ser hermano de un desaparecido. Su aspecto juvenil y la empatía de las mujeres habían hecho el resto. Ese día, se despedía del grupo dando un beso a cada una de las personas y abandonaba la iglesia. Era el 8 de diciembre de 1977, y lo que aparentaba ser un saludo común y corriente escondía algo mucho más siniestro. Ese beso, como el de Judas, acababa de condenar a muerte a 7 personas.
Aquel día se había organizado una reunión para preparar una solicitada. Sería publicada en un diario y denunciaba algunos nombres de personas desaparecidas por la dictadura. Al caer el sol, luego de que el joven saliera e hiciera una seña, un grupo de civiles que se identificarían como policías irrumpirían violentamente para secuestrar a 7 personas de las que se encontraban dentro. Mientras tanto, a varias cuadras de allí, un grupo de tareas haría su parte con otros integrantes que ese día no habían asistido. Sin embargo, nada iba a detener a las Madres: a las 10 de la mañana del día siguiente, Azucena Villaflor, Nora Cortiñas y varias compañeras más se presentarían en la puerta del diario para dejar la solicitada. Así, al día siguiente, el anuncio salía publicado.
Esa misma mañana, en la esquina de su casa, Azucena era secuestrada. La misma suerte que habían corrido las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon. De ese modo, las 12 personas marcadas por el joven fueron llevadas al campo de concentración de la ESMA y, días después, arrojadas vivas al mar desde los vuelos de la muerte. Pero el sadismo de los genocidas siempre podía dar un paso más y, tras ser devueltos los cuerpos por la corriente hacia la costa, los enterrarían como NN en un cementerio. Tiempo después, en 2005, serían hallados e identificados.
Los archivos desclasificados de los Estados Unidos indicarían lo obvio: el Gobierno estadounidense siempre supo de los hechos. En lo que refiere a aquel joven -el genocida Alfredo Astiz- sería condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad. «Nunca voy a pedir perdón», declaró alguna vez para luego agregar: «lo que hice fue infiltrarme y eso es lo que no me perdonan», y «de eso me río». Cuando años después Nora Cortiñas declaró sobre este caso en la causa ESMA, dijo: “Señores jueces, qué terrible esa represión: se llevaron a los hijos, a los hijos de esos hijos… ¡y llevarse a las madres que buscaban a sus hijos!”.