Por Facundo Sinatra Soukoyan |
Existen en la historia personajes que permanecen solapados, algo ausentes de la primera plana. Este es el caso de Estanislao Zeballos, fiel exponente de la Generación del 80, que, con un pensamiento bélico, racista y plantado en importar modelos occidentales de organización social, hizo de su pluma una herramienta al servicio del genocidio contra los pueblos originarios.
Aquí retomamos algunos pasajes de su fundamental obra «La conquista de quince mil leguas» con la intención de evidenciar la trascendencia que tuvo para llevar adelante la campaña al mando de Julio Argentino Roca.
«Se ha anunciado ya que el general Roca irá al río Negro. Si supiéramos que vacila, y que necesita estímulo, le dirigiríamos en nombre de una gran aspiración nacional, la siguiente frase de aliento, que ha llevado tan lejos a los norteamericanos en la conquista de sus comarcas salvajes: Go ahead».
Estanislao Zeballos, La conquista de quince mil leguas
Estanislao Severo Zeballos fue un multifacético intelectual, representante orgánico de la Generación del 80. Sus trabajos periodísticos y geográficos como fundador de la Sociedad Científica Argentina o como presidente de la Sociedad Rural, entre otros, se complementaron con altos cargos políticos (fue tres veces ministro de Relaciones Exteriores). Este rasgo es distintivo en su figura, así como central en su análisis, ya que resulta un movimiento que Zeballos lleva adelante desde una aparente ingenuidad intelectual y que termina cristalizando de manera profunda en la arena política, convirtiendo sus escritos en parte constitutiva de la ideología fundacional del Estado nación argentino.
De la gran cantidad de obras que posee, es de nuestro interés centrarnos en «La conquista de quince mil leguas». Un libro que vio la luz en 1878, año trascendental para la cimentación del modelo propuesto por la élite liberal argentina.
Con la intención de seguir en una línea argumental que acompañe el análisis, tomaremos como punto de partida el pensamiento que arrojó hace ya más de cuarenta años David Viñas cuando publicó su obra «Indios, ejército y frontera», un libro de lectura necesaria para todos aquellos que quieran bucear en las raíces del pensamiento nacional y su actualización histórica.
Para Viñas, la Campaña al Desierto representa el «necesario cierre», «el perfeccionamiento natural», o la «ineludible culminación» de la conquista española en América. La campaña es, en nuestro territorio, la etapa superior a la llegada del hombre blanco a este continente. Una suerte de completitud necesaria para sellar a fuego el proyecto liberal y terminar con ese otro extraño, improductivo y no homogeneizado a las reglas del capital y del nuevo ordenamiento mundial que se tenía trazado para este confín del mundo.
Es por esto que el naciente Estado tendría que responder a las demandas de las potencias centrales con la profundización del modelo agroexportador. Debía, entonces, necesariamente expandir campos y pasturas hacia los territorios que se encontraban por debajo de la «frontera sur», dando cierre a un tema pendiente entre las alianzas gobernantes desde los augurios de la independencia patria.
Vale decir que, desde la Revolución de Mayo en 1810 hasta el ascenso de Julio Argentino Roca en 1878 como ministro de Guerra, hubo diferentes intentos de avance sobre lo que se denominó «frontera sur». En algunos casos, pudiendo pactar acuerdos entre originarios y militares; mientras que, en otros, se puede advertir la manera ofensiva que Roca terminará de condensar en su avance.
Algunos ejemplos de estos intentos pre-roquistas fueron nombrar al militar prusiano Federico Rauch («Hoy, 18 de enero de 1828, para ahorrar balas, degollamos a 27 ranqueles») o, inmediatamente anterior a la conquista, «La zanja de Alsina», una monumental obra pública que intentaba poner fin al «problema del indio» trazando una zanja de más de 600 kilómetros y abriendo literalmente un tajo en el territorio con el fin de separar mundos aparentemente irreconciliables. A un lado quedaría lo civilizado, al otro lo bárbaro.
Sin embargo, la zanja no llegará a completarse ya que la prematura muerte de Alsina, en 1877, y el posterior ascenso de Roca al cargo de ministro de Guerra acelerarán los planes de quienes abogaban por un fuerte avance ofensivo sobre las poblaciones originarias de la Patagonia. El «necesario cierre», la «ineludible culminación», estaba en marcha.
EL LIBRO COMO FUNDAMENTACIÓN
Para septiembre de 1878, el Congreso Nacional debatía la necesidad y el presupuesto para llevar adelante el avance sobre los territorios del sur. Mientras esto sucedía, Estanislao Zeballos ya tenía en sus manos los manuscritos de «La conquista de quince mil leguas», un plan trazado con minuciosidad que intercambiaba con un Roca en pleno ascenso político:
«He redactado este libro en los ratos desocupados de que he podido disponer durante un mes, robando algunas horas al sueño a veces, a fin de que, como V.E. lo deseaba, pudiera ser leído por los miembros del Congreso antes de terminar sus sesiones (…). Résteme, señor Ministro, hacer votos por la feliz realización de las aspiraciones del País y del Gobierno, en la empresa a cuya cabeza se coloca V.E. con fé y decisión; y los hago también por que el éxito esperado corone los nuevos sacrificios que va a afrontar el sufrido ejército de la República, una de cuyas inmaculadas y perdurables glorias, será la de conquistar y entregar a la acción redentora del hombre, quince mil leguas de tierra en una de las regiones más fértiles y encantadoras del planeta».
El Gobierno nacional respondería rápidamente la carta de Zeballos. Había resuelto publicar el libro, costeándolo de sus arcas, para ser leído en las deliberaciones del Congreso, así como para repartirse entre jefes y oficiales de la expedición. «Gracias al doctor Zeballos por su patriótico desinterés», respondía el Gobierno en firma de Avellaneda y Roca.
El libro, ya instalado en las sesiones, serviría como cuña fundamental para justificar el avance del ideario roquista y aprobar la ley necesaria para la arremetida final que llevara la frontera sur hasta el Río Negro.
«La conquista de quince mil leguas» resulta una detallada pieza descriptiva donde, a lo largo de diez capítulos, Zeballos realiza una profunda reseña histórica de las anteriores exploraciones a los territorios del sur, sumando una descripción pormenorizada del terreno, las distancias, los ríos, vados y cauces. Se caracterizan las tribus, los caciques, los pactos anteriores y hasta sus personalidades. Se sugieren formas de tratar al originario y hasta la manera de engañarlos. Se cuentan ganados, territorio y recursos de los habitantes y se delinea la nueva frontera. Se sugiere cómo y en qué cantidad atacar, y hasta se evalúan los modos de financiar la campaña. Un libro de una amplitud sorprendente, que abarca desde disciplinas geográficas, pasando por una psicosociología que desembarca en una descripción policíaca semejante a un manual de inteligencia.
Lo amplio de este trabajo de investigación es una muestra cabal del ideario de la ciencia positivista que, por aquellos años, hegemonizaba el pensamiento de las clases dominantes y fundantes del país. La razón occidental puesta al servicio de justificar el aniquilamiento de los habitantes originarios en pos de un modelo de progreso y organización social que la Generación del 80 tenía como horizonte.
Esta obra desnuda el verdadero espíritu de Zeballos y lo coloca como una de las figuras más completas y orgánicas al servicio de un proyecto político que no repara en los medios. En un territorio habitado ancestralmente por poblaciones originarias, en sus descripciones solo se pueden ver oportunidades para obtener tierras, pasturas, minerales, madera virgen y ríos navegables. Todo lo humano aparece como accesorio, todo lo humano se retrae a un segundo plano con el propósito de ampliar la dominación territorial.
ALGUNOS FRAGMENTOS
Como muestra de aquello que se fue desgranando y analizando en el relato, resulta interesante transcribir de forma textual algunos pasajes de la obra de Zeballos:
De la caracterización de la campaña:
«La marcha del ejercito tiene que efectuarse en cuatro columnas … dos divisiones de mil hombres cada una … dos divisiones de mil quinientos veteranos en cada una…».
«La faz económica de la cuestión de la frontera reviste una importancia de por si evidente, y nos bastarán breves consideraciones para llenar esta parte de nuestro programa».
Y enumera, posteriormente, las bondades del territorio a conquistar que resumo así: zonas adecuadas para siembra y ganado, bosques inmensos que suministrarán madera; aguas de los Andes y cauces navegables para el transporte de la producción, minerales «que se arrancarán al seno virgen de la montaña» y la importancia estratégica de los ríos, sobre todo del río Negro.
«Es necesario poblar los territorios del sur para hacer cada vez más fecunda nuestra dominación sobre ellos».
De la forma en que se habla del poblador originario:
«Es necesario sacar partido del carácter sencillo y de la vanidad, si se quiere infantil, del indio».
«Los salvajes dominados en la pampa deben ser tratados con implacable rigor, porque esos bandidos incorregibles mueren en su ley y solamente se doblan al hierro».
«Su vida es tranquila, enteramente patriarcal, respetan profundamente a la familia y su orden social de tribus, en las cuales no hay autoridades».
«Estos indios tienen un instinto natural de indomable independencia y no admiten el yugo del cacicazgo, sino cuando este se les impone por el derecho de conquista».
De cómo se va a llevar adelante la conquista:
«Por eso el segundo medio para luchar con el indio, el de las columnas poco numerosas y bien montadas, con armamento remington, garantiza la felicidad del éxito».
«Hemos de demostrar la solidez de nuestros cálculos y la realidad de las conjeturas que acariciamos sobre el porvenir de la frontera del río Negro y sobre la eficacia del fusil remington sobre los indios».
«Quitar a los pampas el caballo y la lanza y obligarlos a cultivar la tierra, con el remington al pecho diariamente: he ahí el único medio de resolver con éxito el problema social que entraña la sumisión de estos bandidos».
«Cuando los salvajes son de índole suave y se inclinan al contacto con la civilización ésta saca todo el partido posible de ellos, realizando generalmente grandes conquistas».
«No basta imperar militarmente sobre el salvaje. Es también indispensable redimirlo de las tinieblas del alma, por medio de la religión, de la escuela y del trabajo».
A modo de cierre:
«He aquí ligeramente completada la demostración de cómo, al tomar posesión del inmenso territorio que nos pertenece, haciendo tremolar sobre las colinas del Rio Negro y clavando en la cana cumbre de los Andes las gloriosas banderas del ejercito expedicionario, la República habrá plantado la fecunda simiente de una grandiosa y triple evolución, militar, económica y política, inspirada por los sagrados intereses de la patria y por los grandes impulsos de la civilización».
Las sesiones del Congreso Nacional se debaten al calor de las propuestas ofensivas sobre los territorios del sur. Los métodos «menos agresivos» por ampliar los territorios habían quedado sepultados con la muerte misma de Alsina. Ya no habría tiempo para diálogos, ahora, el fusil Remington sería el aliado estratégico del Estado nacional.
El 5 de octubre de 1878 se establece la Ley Nº 947 que en su primer artículo dice: Art. 1º – Autorízase al Poder Ejecutivo para invertir hasta la suma de un millón seiscientos mil pesos fuertes (ps. ftes. 1.600.000) en la ejecución de la ley del 23 de agosto de 1867, que dispone el establecimiento de la línea de fronteras sobre la márgen izquierda de los ríos Negro y Neuquén, previo sometimiento ó desalojo de los indios bárbaros de la Pampa, desde el rio V y el Diamante hasta los dos ríos antes mencionados.
Con la anuencia política, el dinero público y la obra de Zeballos como guía, las tropas al mando de Julio Argentino Roca se alistan. Están a punto de comenzar la invasión y el genocidio originario.