- El asesinato de Paco Urondo |
Renée Ahualli aguardaba en la calle Guillermo Molina. Tal como le habían dicho, desde Brandsen, a metros del puente Brasil, tenía que contar 5 cuadras. Allí se encontrarían. Cuando vio el Renault 6, se acercó sin dejar de mirar a su alrededor. Dentro, la esperaba Alicia Raboy junto a su hija Ángela de 10 meses y, al volante, su compañero, Paco Urondo. «Acá hay algo raro», recuerda Ahualli que dijo Paco en el instante en el que subía al coche, por lo que se decidieron a dar una vuelta antes de seguir. Era más seguro de ese modo. A las pocas cuadras, vieron a dos civiles que tenían detenido a un compañero. «Le dije a Paco ‘rajemos’», y así fue. No mucho después, notaron que un auto iba detrás. Los estaban siguiendo. Era el 17 de junio de 1976, y hacía tiempo que Urondo era una molestia para la dictadura.
Luego de varias vueltas en las que intentaron perderlo, comenzaron a llegar los tiros y una bala atravesó las piernas de Ahualli. La persecución parecía no tener fin y, tras terminar las municiones que tenían, Paco detuvo el auto. Allí les dijo a las mujeres que salieran inmediatamente y se salvaran, que él acababa de tomar la pastilla de cianuro y comenzaba a sentirse mal. El desconcierto de su compañera no dio más tiempo que para tomar a su hija en brazos mientras no dejaba de preguntarle: «¿Por qué hiciste eso?». A los pocos segundos, Paco ya estaba solo en el vehículo. Ambas se bajaron y, con la niña en brazos, Alicia corrió hasta un corralón. Minutos después, era encontrada y detenida.
Años más tarde, luego de habeas corpus y muchos rastreos por oficinas policiales y del Ejército, Ángela fue encontrada; su madre aún hoy continúa desaparecida. Esta historia la conocemos gracias a que Ahualli, herida, logró escapar de los militares mientras caía la noche. Hoy, también se sabe que Paco no había ingerido ninguna pastilla, sino que dijo eso para darles tiempo a huir mientras la policía iba por él. Había elegido ofrecerse como blanco para los mercenarios de la Junta sabiendo que, de otro modo, nadie habría logrado salir vivo de allí. Ni siquiera su bebé. Un culetazo en la nunca con un fusil apagó su vida para hacerlo eterno. Su cuerpo será encontrado décadas más tarde, enterrado en una fosa común.
Al día siguiente del asesinato, el represor Luciano Benjamín Menéndez firmó un comunicado diciendo que Paco y las mujeres «planeaban atacar una comisaría» y usaban «como escudo a un niño». Los medios, muchos de los cuales hoy gozan de excelente salud, fieles a sus tareas, se lo alcanzaron a la gente para que formara su opinión. En 2011, los asesinos fueron condenados por la Justicia. Hoy, nadie los recuerda. Paco, en cambio, tiene su justo lugar entre las letras más grandes de su país. Entre los designios de todo un pueblo que marcha hacia la victoria.