Por Facundo Sinatra Soukoyan | Sobre Jacinto Piedra y la cultura popular |

Aunque su nombre era Ricardo Manuel Gómez Oroná, en las guitarreadas interminables de Santiago y más allá, se lo conocía como Jacinto Piedra. Un apodo que supo ponerle Horacio Guarany al escucharlo cantar.
En ese nombre se conjuga la ternura del canto y la rudeza de la vida, la miseria de los pueblos olvidados de la patria profunda y su poética para ponerle el pecho.
Así fue que, empuñando una guitarra, Jacinto pintaba el paisaje y gritaba contra aquello que duele, entre zambas y chacareras.
Caminó los senderos de América conociendo nuevos ritmos y sentires, entendiendo aún más el sentido profundo del color de la tierra, el de la injusticia en el continente todo.
Fue rupturista, nunca se valió de los cánones establecidos por el tradicionalismo, o más bien, si los tomó, fue para romperlos y llevarlos hasta límites impensados. Un auténtico revolucionario de la música folclórica, lo que le costó la mirada esquiva e inquisidora de los “dueños” del género.
Sin embargo, con discos como “El incendio del poniente”, y más tarde formando MPA (Músicos Populares Argentinos) junto a un verdadero seleccionado del folklore, supo ganarse el merecido reconocimiento.
Luego de aquella experiencia formó dúo junto a uno de sus excompañeros, Peteco Carabajal. Se llamaron, lisa y llanamente, Santiagueños, y editaron el disco Transmisión Huaucke, una pieza exquisita que sigue calando hondo en todo aquel que la escucha, digna de una simpleza y profundidad que atraviesa el tiempo y el espacio.
En 1991 un accidente automovilístico aceleró su partida física y no lo dejó desplegar todo el vuelo que tenía preparado.
Sin embargo, hoy Jacinto es más poesía que nunca, es voz y horizonte, es convicción y dignidad para todo aquel que empuña una guitarra soñando con un mundo más justo.
“Vuela Jacinto, nunca te vayas…”.